Me las he vuelto a ver con un libro sorprendente que tuve anteriormente en mis manos cuando lo adquirí hacia 1980: se trata de El ente dilucidado, de Fray Antonio de Fuentelapeña, original publicado en 1676. Lleva como subtítulo Tratado de Monstruos y Fantasmas, y fue reeditado por Editora Nacional (Madrid) en 1978 en papel biblia (768 páginas), dentro de su colección Biblioteca de Visionarios, Heterodoxos y Marginados.
Te imagino, caro lector, a partir de los créditos anteriores, preguntándome qué tendrán que ver los monstruos y fantasmas con nuestro «líquido elemento». Máxime si nos atenemos a la explicación que da el propio fray Antonio de su obra: Discurso único, novísimo que muestra hay en la naturaleza animales irracionales invisibles, y cuáles sean. Fray Antonio dedica 1836 apartados numerados o parágrafos para darnos noticia de que existen innumerables seres invisibles en nuestro mundo, así como otras curiosidades. A título de ejemplo: se detiene a proponer y demostrar cuál de los tres sexos es el mejor entre varones, mujeres y hermafroditas, llegando a la conclusión de que el superior es el del varón, ya que es el único que puede tener órdenes sagradas.
Vayamos al agua. Veremos unos párrafos tomándonos la libertad de modificar la grafía, ya que en el original se utiliza una especie de castellano antiguo con signos que estorban su lectura. Dice el autor que es más difícil persuadir de que haya algún sentido en las aguas, que el que haya en los brutos algún género de juicio y discurso. Y se pone a demostrar si las aguas tienen sentido. Veamos a partir de la página 434 los parágrafos que siguen para la demostración de la tenencia de sentido por las aguas:
- 986. (…) de la fuente Helesina, se dice por cosa cierta y averiguada, que estando siempre sosegada y serena, en tocando flautas, chirimías u otros instrumentos músicos, a trecho que lo puedan oír las aguas y llegar su sonido a la fuente, se alborotan sus aguas y bullen como danzando y bailando, hasta rebosar por encima, como si verdaderamente sintiesen la música, Refieren lo dicho Aristóteles, Solino, Enio y Pedro Mexia (…) Vemos que lo que es capaz de alterarse por la música, arguye precisamente algún sentido; conviene, a saber, o el del oído por donde se percibe el sonido, o a lo menos el del tacto, que como más basto y grosero es el que está más vecino del grado corpóreo de las aguas (…) Ergo…. [queda demostrado]
- 987. En Samosata, ciudad de la Soria, que antiguamente se llamaba Comagenes, hay un estanque de agua que arroja de sí un excremento o cieno ardiente, el cual es de tal calidad que, si alguno lo toca, se le pega y abrasa, y si los que le tocaran se apartaran y huyen, los sigue; y así se refiere que, teniendo el ejército de Lúculo cercada dicha ciudad y acometiéndola por la parte de dicho estanque, dicho cieno pegó con los soldados y los abrasó con sus propias armas, con lo que quedaron libres sus vecinos y defendidos por el socorro de dicho lodo; refiérenlo los Conimbricenses. Vemos que esto (si es verdad) arguye a lo menos sentido de tacto (…) Luego…[queda demostrado]
- 988. Según escribe el docto loachimo Vadiano en sus Comentarios sobre Pomponio Mela, cerca de una ciudad llamada Lucerna, que es en Suiza, hay un lago que tiene tal naturaleza y propiedad que, si alguna persona adrede y queriéndolo hacer, echa alguna piedra, palo u otra cualquiera cosa dentro del lago, el tal lago se embravece de modo, y comienza a crecer con tanta tempestad de ímpetu, que se sale de aquella comarca con furiosas corrientes, de donde se sigue daño muy grave en los sembrados, árboles, ganados y otras cosas de aquella tierra; lo cual no sucede así aunque caiga o se eche algo en el mismo lago como caiga acaso o no queriéndolo hacer, y añade dicho loachimo, que es natural de Suiza y varón muy docto, que hay pena de muerte en aquella tierra para el que eche alguna cosa en el lago, y que han sido condenados algunos por dicho delito. (…) [Lo mismo que de este lago] es lo que escribe Plinio de una cueva muy honda que está en Dalmacia, en la cual, si echan alguna piedra u otra cosa pesada sale luego tan furioso aire de ella, y con ímpetu tan grande que causa temblores y gran tempestad en aquella comarca. Vemos que si lo dicho es verdad, como suponen dichos autores, parece que dichas aguas no solo tienen sentido de tacto sino imaginativa y conocimiento, por especies insensatas de la injuria y agravio que les hace el que queriéndolo hacer echa dichas cosas en ellas. Ergo… [queda demostrado]. (Comentario nuestro: ¿no sería que los ecologistas ─avant la lettre─ de entonces tenían bien montada la protección de lagos, fuentes y cuevas?…)
- 990. Muchos ríos, por enemistad y odio que tienen con el mar, pasan por debajo de sus aguas, como lo muestran la fuente Aretusa, que nace junto a la ciudad de Zaragoza en Sicilia, la cual viene del río Alfeo, por debajo del mar Jónico, desde el Peloponeso, hoy Morea, sin mezclarse con el mar; esto se ha experimentado muchas veces, y se prueba porque las cosas que se echan en este río en la Morea, vienen después a salir a dicha fuente Aretusa. Lo mismo le sucede al río Lico en Asia, al Erafino en Argólica, al Tigris en Mesopotamia (y lo mismo habrá de decirse de los otros tres ríos del Paraíso, como lo tiene el Abulense en Génesis y consta de suyo), a la fuente Esculapio en Atenas, que las cosas que se echan en ella salen en falerico; y la fuente que nace en el Monte Micate atraviesa también el mar y por las entrañas de la tierra debajo de él, va a salir junto al puerto de Palermo, lo cual testifican innumerables y gravísimos Autores; v.g. el Colegio de los Conimbricenses, Plinio, Huerta y Virgilio, Estabón, Pomponio Mela, Séneca, Pedro Mexia y otros. Vemos que la razón de enemistad no puede concebirse sin sentido interno, ergo…
- 991. (…) como refieren los Conimbricenses [colegio de jesuitas de Coímbra, de gran prestigio en el siglo XVI, comentaristas de Aristóteles], hay algunas fuentes que por su bella gracia se purgan cuando se les antoja o les viene en gana; y así dicen, hay una fuente en el Cherchoneso que, después de un gran intervalo de tiempo, arroja de lo profundo todo lo podrido que hay en ella; v.g. el lodo o cieno, las hojas y aun las tejas, etc. Y Plinio, añade con Séneca, que todos los mares se purgan en la luna llena, y algunos en tiempo señalado; y que cerca de Mecinas y Milas, arrojan y escupen a la ribera unos excrementos semejantes a heces, de donde tuvo principio la fábula de que los bueyes del sol estabulaban o hacían sus necesidades allí; vemos que todo esto junto con todo lo demás arriba referido, parece arguye en las aguas algún sentido y conocimiento material de simple aprehensión, con el cual aprehenden sus conveniencias, y lo que le es de útil o nocivo, ergo…[queda demostrado].
Dejemos a fray Antonio con sus trasgos, monstruos y aguas sensitivas y vengamos a nuestro tiempo, en el cual también asignamos a las aguas algunas propiedades mágicas; dejando aparte a las raras propiedades medicinales de aguas y balnearios, nos centraremos en las aguas subterráneas y sus propiedades radiestésicas o rabodmancicas, que afirman que los estímulos eléctricos, electromagnéticos, o de radicaciones de las aguas ocultas pueden ser percibidos por medio de varillas o péndulos. Esta creencia llega al extremo de figurar las técnicas de la radiestesia o rabdomancia en un capítulo en obras técnico-científicas de prestigio (v.g. libro de Andrés Murcia, ingeniero ya fallecido, sobre hidrogeología) o que el Colegio de Ingenieros Agrónomos de Zaragoza llegó a visar proyectos de radiestesia, declarándose de esta manera competente en materias no científicas. Nos limitaremos, por consiguiente, a un par de anécdotas profesionales.
A finales de la década de 1970, la Central Nuclear de Almaraz (en construcción) solicitó la colaboración del Servicio Geológico de Obras Públicas a fin de conocer las posibilidades de abastecer poblaciones próximas a la Central por medio de aguas subterráneas. Nos desplazamos a la Central y tuvimos una reunión con el ingeniero director de las obras que, además de hacernos una gira por los principales tajos de la obra, nos comentó que el objetivo que pretendían era llevar a cabo una política de buena vecindad con las poblaciones de la zona, mejorando algunos servicios básicos como el del abastecimiento. A continuación nos desplazamos a Saucedilla y tuvimos una entrevista con el alcalde y algunos concejales. Nos contaron una anécdota muy ilustrativa. Requirieron los servicios de un afamado zahorí valenciano, al que pasearon por el término municipal con su horquilla descubridora de aguas ocultas. Terminada la excursión, le preguntaron por el lugar bajo el cual podrían encontrar aguas subterráneas. El zahorí les dijo que se volvía inmediatamente a Valencia, que les enviaría su minuta y que, una vez recibido el importe, les indicaría los lugares y la cantidad que podían porporcionar los «veneros». Inmediatamente les preguntamos a los ediles si le habían pagado al zahorí. Nos dijeron literalmente. «Ca, no señor, porque lo habíamos paseado por encima de la tubería que conduce las aguas desde un manantial al pueblo y le preguntamos: ¿Circula agua por aquí debajo? Y nos dijo que no. O sea, este señor no tenía ni idea». La población se situaba en el acuífero, unidad hidrogeológica o masa de agua subterránea de Campo Arañuelo, una masa de arcillas con escasísimos o nulos tramos algo permeables. Ejecutamos una perforación con resultados negativos. Llegamos a la conclusión de que resultaba muy difícil dar con un tramo de terreno con algo de permeabilidad para extraer caudales significativos mediante una perforación. Recomendamos que les abasteciesen por medio de aguas del embalse más próximo. La última anécdota sobre el asunto lo tuvimos en una entrevista en radio Zaragoza, al que fuimos convocados cuando nos encontrábamos en un simposio sobre hidrogeología que se celebraba en la ciudad. Resultó que al programa de radio habían también convocado a la vez a una afamado zahorí local. Me revolví en mi asiento cuando me temí una especie de encerrona. El zahorí, muy amigo del presentador, comenzó contando la excelencia de su método y sus grandes éxitos. Mientras tanto estuve pensando qué podía hacer para desmontar la cosa. Cuando me dio la palabra el presentador, comencé interrogando al zahorí; la conversación fue, poco más o menos la siguiente: «¿Usted afirma que las corrientes de las aguas subterráneas le transmiten un…digamos…un estímulo que usted siente perfectamente?» Me contestó. «Si señor, a veces no puedo aguantar las varillas por la fuerza que giran hacia arriba». Seguí yo: «¿Y qué siente usted cuando pasa el Ebro sobre alguno de sus puentes?» Me dice: «Nada. ¡Qué voy a sentir!» Conclusión mía: «Pues mire usted, como resulta que el agua es una única materia, que unas veces circula por debajo del terreno y otras sale a la luz y circula por los ríos, dada la cantidad de agua que lleva el Ebro y su corriente, usted que tiene esa sensibilidad para las pequeñas corrientes de aguas subterráneas, ¡al pasar sobre el Ebro debería sufrir una ascensión tremenda hacia las nubes!» Y así se acabó el programa.