Llegan noticias en estas fechas (mayo 2022) de problemas con trasvases existentes en nuestro país por falta de recursos. Nos referimos en particular a los problemas endémicos del trasvase Tajo-Segura, y también al fracaso de la venta de agua de los usuarios del Júcar con destino a Almería y a la falta de recursos para el trasvase Negratín-Almanzora. Problemas de suministro que se elevan a la esfera política, causan malestar social y afectan a la economía y al desarrollo de diversas zonas.
Nos acordamos de la frase que repetía con frecuencia un ilustre ingeniero que había corrido por el mundo. Nos referimos a don Manuel Díaz-Marta, senador por Toledo cuando regresó a España en la segunda mitad de los años 70. En los varios encuentros y viajes que hicimos juntos por motivos de los abastecimientos a varias localidades, cuando hablábamos de posibles soluciones sobre dónde captar agua, repetía una de sus frecuentes frases: «siempre hay que ir dónde haya agua».
Pero no se refería a caudales suficientes en principio para resolver el abastecimiento en cuestión. Se refería a captar los volúmenes necesarios en lugares que presentaran recursos holgados, aunque estuvieran más lejos y resultaren las obras más costosas. Al principio pensábamos que había cierta exageración en su punto de vista y que, como ingenieros, debíamos tender a soluciones económicas. Después hemos tenido que cambiar de opinión bastantes veces tratándose de recursos hídricos.
Así, por ejemplo, el caso del trasvase Tajo-Segura. En el mundo de los ingenieros hidráulicos y otros profesionales relacionados con la hidrología, se constataba desde principio de los años 90 que la cabecera del Tajo no podía proporcionar los recursos necesarios para cumplir el proyecto de trasvase proclamado en el Segundo Plan de Desarrollo Económico y Social de los años 60, que estimaba unas aportaciones en Entrepeñas y Buendía de hasta 1400 hm³/año y unas posibilidades «reales» de trasvasar 1000 hm3/año al Sureste. Esta última cantidad fue reducida en el Congreso durante la tramitación de la Ley 21/1971 del Trasvase desde los 1000 a los 600 hm³/año «en una primera fase» (¿?). Elemental prudencia que, no obstante, solo pudo cumplirse una sola vez y forzando los volúmenes embalsados.
La realidad ha puesto de manifiesto que los recursos en la cabecera del Tajo en las últimas décadas se sitúan cerca de los 700 hm³/año, con tendencia a la baja, la mitad de lo «estimado» en los años 60, y que los trasvases medios (en destino) en los más de 40 años de funcionamiento del Acueducto Tajo-Segura han sido de unos 300 hm³/año, con muchos años con trasvases muy reducidos o casi nulos. A los que ahora se viene a añadir la cuestión de los caudales ecológicos en el eje del Tajo que, hasta ahora, no se ha afrontado con rigor.
Esto nos lleva a referir una anécdota sobre el Trasvase. En 2011, para hablar del Plan Hidrológico del Tajo, el entonces Secretario de Estado de Medio Ambiente, Ramos, convocó una reunión en el ministerio a horas intempestivas (12 de la noche). El objeto de la reunión era (¿cómo no?) la cuestión del trasvase Tajo-Segura. A la reunión asistieron solamente una decena de altos cargos y funcionarios de las administraciones públicas. Aunque el señor Ramos era abogado del Estado, con amplio currículo político (después fue subsecretario de la Presidencia del Gobierno), no estaba impuesto en las cuestiones del Trasvase y pidió información a los asistentes. El responsable del Plan Hidrológico del Tajo comenzó su exposición indicando que el problema era la escasez de recursos en la cabecera del Tajo para el Trasvase Tajo-Segura. El Secretario de Estado no le dejó seguir; de forma imperativa y soberbia expresó que en la reunión mandaba él, y no estaba dispuesto a oír esas consideraciones. La reunión fue un fracaso garrafal y no se avanzó un solo paso, terminando rápidamente. Después vino la Ley del «Memorándum», suscrita por los políticos de un solo partido, el mayoritario entonces, sin discusión, «sacando agua del papel de las leyes». Y, claro, siguieron los problemas hasta ahora, pues no se resuelve nada yendo contra la realidad. Alguien ha dejado dicho que la primera obligación de un político, la primera, es conocer la realidad.
Conclusión: por nuestra geografía se pueden encontrar variados casos de fracasos hidráulicos por no atender a la «doctrina» Díaz-Marta. Por desgracia se podría confeccionar una lista no pequeña de embalses «prescindibles». No obstante, es mucho mayor el caso contrario: embalses que cumplen una función inexcusable en un territorio mayormente semiárido, que han contribuido notablemente al despegue económico de nuestro país. Pero «los buenos» no justifican a «los malos».
En cuanto a los trasvases, la experiencia está demostrando que de nada sirve intentar engañar a la naturaleza inflando cifras de recursos, demandas y posibilidades. Hay consideraciones elementales que deben estar claras ante los ojos del planificador. Por ejemplo: las cabeceras de los ríos no son buen lugar para captar aguas con destino a un gran trasvase. Mejor hubiera sido –en su tiempo, años 60– atender a las propuestas de efectuar trasvases para el Sureste desde la desembocadura de grandes ríos, como el Ebro (Félix de los Ríos frente a Lorenzo Pardo). Ahora, en general, ni en la cabecera, ni en la desembocadura, ni en el curso medio deben captarse recursos de cierta entidad cuando se trata de grandes trasvases a grandes distancias con destino a regadíos. Los análisis económicos que se han realizado en diversos países demuestran que estas grandes infraestructuras no resultan rentables desde el punto de vista de la economía nacional, aunque beneficien a una élite agraria local o regional.
Insistimos en la recomendación de Díaz-Marta: «siempre hay que ir dónde hay agua». A veces cuesta trabajo ver la grandeza de lo sencillo e ir a soluciones robustas y duraderas. Y tener en cuenta a Keynes que nos enseñó que, al igual que la economía, las técnicas tienen una gran componente histórica (las soluciones buenas para hoy pueden resultar malas para mañana y desastrosas para pasado mañana).
¡Ah!, terminaremos con la opinión de un grand routier referente a los recursos hídricos. Se trata de Riverola, con gran trayectoria en estudios y proyectos relacionados con el agua desde la consultora Aquaplan de Barcelona, con destino frecuente a las administraciones públicas. Riverola dividía las cuencas hidrográficas en «cuencas de agua» y «cuencas sin agua«. Podemos poner como ejemplo de las primeras las del abastecimiento a Madrid (Lozoya, Jarama, Alberche) y otras del Tajo (Tiétar, Alagón). Por el contrario, son cuencas sin agua, o con poca agua, las de la cabecera (Alto Tajo y Guadiela), Algodor (embalse de Finisterre), Zújar (con el embalse de La Serena, el mayor de España), Almanzora (embalse de Cuevas de Almanzora, que solo sirve ahora de gran depósito para recibir agua de dos trasvases y desaladoras). Y estas cosas, cualquier avisado técnico que se haya dedicado a la hidrología las conoce perfectamente si se aleja por un momento del fárrago de los intereses bastardos.