Acerca del mito de Sísifo

… ​no puedo conciliar estas dos certidumbres: mi apetencia de absoluto y de unidad y la irreductibilidad de este mundo a un principio racional y razonable. (…)

La historia no carece de religiones ni de profetas, inclusive sin dioses. (…)

Una de las únicas posiciones filosóficas coherentes es, por lo tanto, la rebelión.

Albert Camus

El mito de Sísifo (1942)

José María Santafé ha introducido el Mito de Sísifo en el artículo aparecido en www.iagua.es Aguas subterráneas en la encrucijada: el mito de Sísifo. Al final de su escrito, Santafé nos dice ─a modo de resumen─: «no se puede hacer como Sísifo, seguir empujando la misma piedra una y otra vez: la piedra cambia, la montaña también». Bella y dinámica frase.

No podemos por menos que acudir a este desafío intelectual y decir unas palabras sobre el tema de fondo que toca José María respecto a uno de los mitos que nos han legado los griegos, que podemos recordar contemplando el excelente cuadro del Tiziano Sisyphus (1549), subiendo el atleta la piedra al hombro montaña arriba, metáfora del esfuerzo inútil e incesante del hombre.

Sisyphus – Tiziano. Museo del Prado. Public Domain, commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=3860214

Pero antes de entrar en harina recordemos muy brevemente el mito: Sísifo, rey de Corinto, hizo enfadar a los dioses por su astucia. Como castigo fue condenado a perder la vista y a empujar perpetuamente un peñasco gigante montaña arriba hasta la cima, solo para que volviese a caer rodando hasta el valle, desde donde debía recogerlo y empujarlo nuevamente hasta la cumbre y así indefinidamente.

Albert Camus recogió la idea del mito en una de sus primeras y más célebres obras: El mito de Sísifo (1942). En ella desarrollo la idea del «hombre absurdo»: aquel que se muestra consciente de la completa inutilidad de su vida, incapaz de entender el mundo. En contraposición, el hombre rebelde será, por lo tanto, aquel que se encuentre en todo momento frente al mundo. Para Camus, el hombre debe resolver la única cuestión de importancia vital, a saber, si es que vivir merece o no la pena, si es que efectivamente puede tener sentido el ser humano.

Frente a Schopenhauer y su «mundo como voluntad y representación», y a Nietzsche y su «mundo como voluntad de destrucción y creación», Camus, que murió a los 46 años en un accidente automovilístico, afirma que el mundo es algo que construimos, tejemos, desde la realidad personal de nuestro yo.

En su magistral ensayo aborda temas como la juventud, la vejez, la muerte, el suicidio, la religión, la gloria efímera y el papel de Dios, ese ente creador que «exige por encima de todas las cosas el sacrificio de la razón». San Ignacio de Loyola escribió con orgullo en 1522: «Sacrificamos el intelecto a Dios». Veinte años más tarde, Martín Lutero escribiría: «La razón es la ramera del diablo, que no sabe hacer más que calumniar y perjudicar cualquier cosa que Dios diga o haga». En 1569, Lutero insistía: «La razón es el más grande enemigo que tiene la fe».

Camus, al hablar del «rostro más duro de las religiones» dice ─rememorando a Kierkegaard─ «que el cristianismo (al igual que todas las religiones monoteístas) reclama sin rodeos el tercer sacrificio exigido por Ignacio de Loyola, el que más alegra a Dios: el sacrifico del intelecto», pues, al decir del pensador danés, «en su fracaso, el creyente encuentra su triunfo».

Nos podemos extender algo más sobre la cuestión. La cuestión del sacrificium intellectus procede de la segunda carta del apóstol Pablo a los corintos. En esa línea, San Ignacio de Loyola, quería, además de la completa sumisión al mando, también la completa identificación de la voluntad del inferior con la del superior. Loyola establece que el superior debe ser obedecido como tal por estar en el lugar de Dios, sin referencia a su sabiduría personal, piedad o discreción; que toda obediencia que no llega a hacer propia la voluntad del superior, tanto en el afecto interior como en el efecto exterior, es laxa e imperfecta; que ir más allá de la letra de mandato, incluso en coas abstractamente buenas y dignas de alabanza, es desobediencia, y que «el sacrifico del intelecto», el tercer grado supremo de la obediencia, muy agradable a Dios, cuando el inferior no solo quiere lo que quiere el superior, sino que piensa lo que piensa, sometiendo su juicio, en cuanto es posible, a la voluntad superior.

El concepto fue retomado en su sentido más individualista por el pensador jansenista Blaise Pascal, y particularmente por el pensador existencialista Soren Kierkegaard, que pensó que el acto de fe requiere un salto al vacío, lo que equivale a un sacrificio del intelecto y la razón. Esto se expresará por excelencia en el dicho tradicional credo quia absurdum, creo porque es absurdo, como ya estableció Tertuliano en el siglo II. Esta visión de la fe es rechazada por la Iglesia Católica, que considera la razón como un camino para el conocimiento directo de Dios.

Retomando el tema religioso, Camus enfatiza que «todas las iglesias, divinas o políticas (es decir, incluyendo fascismos, comunismos, nacionalismos, …) aspiran a lo eterno. La felicidad y el valor, el salario o la justicia, ─agrega─ son para ellas fines secundarios. Lo que aportan es una doctrina y hay que suscribirla». Pero yo ─escribe Camus─ nada tengo que ver con lo eterno. La mano puede tocar las verdades que son a mi medida. No puedo separarme de ellas. 

Nuestro autor concluye su ensayo con Sísifo, paradigma de la tortura sin sentido, a quien define como «proletario de los dioses, impotente y rebelde», y como «héroe absurdo». «Su desprecio a los dioses, su odio a la muerte y su pasión por la vida le valieron ese suplicio indecible, en el cual todo ser se dedica a no rematar nada (…) El obrero actual trabaja todos los días de su vida en las mismas tareas, y ese destino no es menos absurdo», recalca Camus, quien continuamente defiende la rebeldía (revolución), como desarrollará posteriormente en su obra cumbre: El hombre rebelde (1951), que trata del hombre que se levanta contra Dios y contra su amo. Pero esta es otra historia.  Autocrítica (no marxista): ¡menuda cabalgada hemos dado desde que José María relacionó las aguas subterráneas con el mito de Sísifo! ¿Nos habremos perdido en la jungla de los escritores/filósofos?

Autor:

Bernardo López-Camacho y Camacho

Dr. Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos
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