Rarezas y curiosidades del mundo del agua

Me las he vuelto a ver con un libro sorprendente que tuve anteriormente en mis manos cuando lo adquirí hacia 1980: se trata de El ente dilucidado, de Fray Antonio de Fuentelapeña, original publicado en 1676. Lleva como subtítulo Tratado de Monstruos y Fantasmas, y fue reeditado por Editora Nacional (Madrid) en 1978 en papel biblia (768 páginas), dentro de su colección Biblioteca de Visionarios, Heterodoxos y Marginados.

Te imagino, caro lector, a partir de los créditos anteriores, preguntándome qué tendrán que ver los monstruos y fantasmas con nuestro «líquido elemento». Máxime si nos atenemos a la explicación que da el propio fray Antonio de su obra: Discurso único, novísimo que muestra hay en la naturaleza animales irracionales invisibles, y cuáles sean. Fray Antonio dedica 1836 apartados numerados o parágrafos para darnos noticia de que existen innumerables seres invisibles en nuestro mundo, así como otras curiosidades. A título de ejemplo: se detiene a proponer y demostrar cuál de los tres sexos es el mejor entre varones, mujeres y hermafroditas, llegando a la conclusión de que el superior es el del varón, ya que es el único que puede tener órdenes sagradas.

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El balón de Teodoro Rincón

A mis compañeros de Bachillerato de 1956 y a nuestro maestro don Cristóbal

Abril de 1956. Colegio de don Cristóbal. Teníamos 13-14 años y nos encontrábamos en el cuarto curso del Bachillerato de entonces. ​En el curso éramos un total de 25 alumnos y alumnas.

Aquel jueves había amanecido un día espléndido de primavera. La sangre nos hervía. Cuando poco antes de las nueve llegamos al colegio, entre unos cuantos comenzamos a poner en marcha la conspiración; es decir, ver cómo nos podíamos escapar para ir a jugar un partido de fútbol, nuestra pasión. Como el día siguiente era primer viernes de mes, enseguida urdimos un plan.

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¿Cómo se llamaba…?

 ─ …la cosa sucedió en el salón de plenos del Ayuntamiento de Daimiel, a finales de los 80. El impulsor de las jornadas sobre las aguas subterráneas, los riegos, las Tablas de Daimiel, el acuífero veintitrés y todo eso era (¿cómo no?) Ricardo Ibáñez Gerez. Con algo de sorna, no exenta de admiración, a veces le llamábamos Ricardo Ibáñez Adreda, como dejando caer que además del artífice, presidente y alma mater de su asociación, Adreda, era algo más, …como el todo.

 ─ ¡Ya! Pero, ¿no fue Ibáñez quien más luchó por las Tablas?

 ─ ¡Ya lo creo! Y lo que tiene más mérito: en una época en que estas cosas se ventilaban entre cuatro gatos. Pero él se encargaba de multiplicar los gatos, atizando artículo tras artículo en el diario Lanza de Ciudad Real.

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