Un miembro de la «Tertulia del agua», por medio de un WhatsApp y en uso de su libertad de opinión, viene a cuestionar los indultos concedidos por el Gobierno a los presos del «procés». Según el Gobierno, estos indultos tenían por objeto «abrir un nuevo tiempo de diálogo». Dios me libre de entrar en ningún debate, defensa, condena o recriminación por tal espinosa cuestión. Me limitaré, en las líneas que siguen, a exponer algunos recuerdos de mi relación profesional ─relacionada con el agua y el terreno─ con Barcelona y los compañeros catalanes, por si pudiera servir para dar alguna luz sobre el enconado asunto.
El Servicio Geológico de Obras Públicas (SGOP), en los años 60 y 70 del pasado siglo contaba con una oficina destacada en Cataluña, radicada en Barcelona, en la calle Beethoven, cerca de la plaza que entonces se llamaba de Calvo Sotelo y después de Francesc Macià. En el mismo edificio, una planta más abajo, estaban las oficinas de la Comisaría de Aguas del Pirineo Oriental; de ahí la estrecha colaboración que se daba entre ambos organismos. En los años 60 dirigía la Comisaría de Aguas Francesc Vilaró, y la del SGOP Ramón Llamas. Ambos promovieron en 1965 el Curso Internacional de Hidrología Subterránea (CIHS), prestigioso curso de posgrado que dura hasta nuestros días, y cuya alma era Emilio Custodio.
En 1971, a los pocos meses de ser contratado yo por el SGOP, fui enviado a realizar del citado curso, en compañía de Juan Manuel Aragonés (futuro director general de Obras Hidráulicas en 2002) y Rafael Moya (luego ingeniero municipal de Las Rozas). Las clases tenían lugar en la Escuela de Ingenieros Industriales (en Barcelona simplemente «escuela de ingenieros», sin apellido, dado el retraso injustificable de los Gobiernos de entonces en crear en Cataluña ingenierías de otras especialidades). El curso duraba 6 meses, entre enero y junio. Tomábamos el «puente aéreo» el miércoles después de la jornada de trabajo de la mañana en Madrid, y a las 5 de la tarde estábamos en clase. Los jueves y viernes los dedicábamos a las tareas del curso (clases, visitas, ejercicios y trabajos del curso) y los viernes, a las 10 o las 11 de la noche tomábamos el vuelo de vuelta para Madrid. Entonces se trabajaba los sábados por la mañana; por la tarde me tocaban clases de Mecánica de 2º curso, impartidas a tres grupos distintos en la Escuela de Ingenieros de Caminos de Madrid. Los lunes y martes los dedicábamos a visita de las obras que teníamos encomendadas por casi toda la geografía, así como a la redacción de los correspondientes informes. En suma, teníamos un régimen de trabajo ciertamente «agitado».
Después de finalizar el Curso de 1971, raro es el año en el que no he viajado a Barcelona, a impartir clases o conferencias en el CIHS, y a colaborar en otros cursos o seminarios en varias ocasiones. Recuerdo que, hacia 1975, me tocó casi en exclusiva impartir un curso sobre modelos matemáticos de acuíferos de una semana de duración; el director fue Ramón Llamas. Fue el primer curso sobre esta materia que se impartió en Barcelona. También asistía puntualmente a las inauguraciones y clausuras del CIHS como director del SGOP en representación de la dirección general de Obras Hidráulicas, que era uno de los organismos patrocinadores del curso. Algún año me tocó impartir la conferencia de inauguración como antiguo alumno (destacado) del curso. Otros años acompañaba al director general o secretario de Estado que acudía a presidir el acto de inauguración o clausura con conferencia incluida. Estos actos solemnes solían celebrarse en la capilla de un antiguo convento de monjas en Pedralbes, capilla de bella factura.
La importancia de las aguas subterráneas en Cataluña y Barcelona se pone de manifiesto sin más que considerar que hasta finales de la década de los años 50, Barcelona (entonces la mayor ciudad de España con diferencia) se abasteció exclusivamente de aguas subterráneas. Fundamentalmente se captaban del acuífero del Delta de Llobregat, captaciones realizadas por la Sociedad General de Aguas de Barcelona (SGAB), compañía creada en Lieja (Bélgica) en 1867, con instalación en origen de curiosas bombas de vapor alimentadas con carbón. Hay que tener en cuenta que la acción del Estado en Cataluña en cuanto a la realización de presas ha sido muy tardía y escasa. En las Cuencas Internas de Cataluña solo existen 7 embalses mayores de 5 hm³, con una capacidad total de 677 hm³. Los embalses más importantes, situados en el río Ter (Sau y Susqueda), con unos 400 hm³ de capacidad, fueron construidos al principio de los años 60. El de La Baells, de 109 hm³, en 1976. El de la Llosa del Cavalls, en el río Llobregat, en 1997. Esta es toda la actuación presística en Cataluña. Por consiguiente, la atención hídrica hubo de centrarse en las aguas subterráneas. Son notables las instalaciones de recarga artificial del acuífero del Delta con aguas del río Llobregat.
En Cataluña se redactó el primer plan hidrológico español moderno, el «Estudio de los recursos hidráulicos totales del Pirineo Oriental» en 1972, elaborado por la Comisaría de Aguas del Pirineo Oriental y dirigido por Francesc Vilaró. Recuerdo que Vilaró nos decía en clase: «Para hacer un plan, lo primero es tener las ideas de lo que hay que hacer en la cabeza; después es ponerse a escribir». Premisa que no sé si siempre se cumple en ese orden. Vilaró se encargó, por parte de la Generalitat, del traspaso de los servicios hidráulicos del ministerio, traspaso en el que se incluyó el personal del Servicio Geológico. Después Vilaró dirigió la empresa pública Aigües Ter-Llobregat.
Hago un inciso para indicar algo sobre el extinto Servicio Geológico de Obras Públicas. Además de sus oficinas centrales de Madrid, con cerca de 50 titulados, disponía de oficinas destacadas en la Islas Canarias, que participó notablemente en el Proyecto SPA-15 de las Naciones Unidas, de estudio de los acuíferos volcánicos, ante el fracaso del cuantioso número de presas (sin agua) construidas en el archipiélago. Solo en la isla de Gran Canaria se inventarían 69 grandes presas que atienden solamente el 10 por ciento de la demanda de la isla. Entre el personal de dicha oficina merece recordarse a su director Pepe Saénz de Oiza, así como a Amable Sánchez y Pepe Jiménez, que fue presidente de la Comisión de Aguas del Congreso. En Mallorca también había otra oficina con José Antonio Fayas, Mariano Pascual (hijo) y Alfredo Barón entre otros, ya que los dos únicos embalses existentes (Gorg Blau y Cúber) son de muy pequeña capacidad y solo almacenan agua los escasos años que llueve. Por fin, la oficina de Málaga, con Rafael Conejo, Paco Carrasco y Rafael Mayorga, peleaban con la salinidad del manantial de Meliones, en el fondo del embalse de Guadalhorce, que merecería capítulo aparte. En resumen, en aquellas zonas que no era viable construir embalses (o no interesaba al ministerio), siendo predominantes los terrenos permeables y las aguas subterráneas, la dirección general de obras hidráulicas «delegaba» en el Servicio Geológico.
Volvamos a las oficinas del SGOP en Barcelona. Durante el curso, y a favor del compañerismo existente entre los jóvenes que entonces éramos, le tomábamos el pelo a nuestros compañeros catalanes a la vista de un gran mapa que tenían colgado en una pared (¡ya en 1971!) con «els Països Catalans», incluyendo Valencia, Baleares y parte de Francia. Pero la cosa no pasaba de las naturales bromas entre compañeros. Por parte del SGOP, por allá pululaban ─que yo recuerde─ José Antonio Fayas (jefe de la oficina), Eduardo Batista, Alfons Bayó, Doménech y Arturo Faura; más tarde se incorporó Lluís Berga Casafont, que fue director general del agua de la Generalitat, catedrático de la Escuela de Caminos de Barcelona y presidente de la Comisión de Agua y Energía del Colegio de Caminos de Madrid. Por parte de la Comisaría, cabe citar a Emilio Custodio y Andreu Galofré, muy catalanista, con el que hice especial amistad. Recuerdo que me contaba emocionado años después el recibimiento que hicieron en Barcelona a la llegada de Tarradellas y su célebre «Ja sóc aquí» en 1977. Les decía yo que encontraba a los catalanes más españolistas que los de Madrid, pues nosotros nos contentaban con una bandera con una franja amarilla y dos rojas, mientras que, por el contrario, los catalanes añadían un montón de franjas amarillas y rojas. Me contestaban con calma que eran cuatro franjas rojas por ser los dedos ensangrentados que Wifredo «el pilós», allá por el siglo IX, pasó por un paño amarillo. Alfons Bayó era compañero de curso de Ramón Obiols (ambos geólogos). Obiols fue durante muchos años el secretario general de los socialistas catalanes, y Bayó nos contaba bastantes interioridades de la política catalana.
En serio y en conclusión: todos los catalanes (cuando digo todos quiero decir prácticamente todos, incluso gran parte de los emigrantes del resto de España) tienen integrada la identidad catalana en su espíritu, que es bastante sentimental como levantinos que son, dejando aparte lo de la «pela». Lo que es igual: aspiran a alcanzar la independencia algún día más o menos próximo o lejano. Y aquí reside el juego: la conllevancia que decía José Ortega. Mientras el resto de España les trate con consideración y respeto, tanto político como cultural, la fecha de la independencia se alejará. Pero si «se va a por ellos», la fecha se acercará rápida e inexorablemente. Tuve oportunidad de coincidir en Barcelona en una visita del presidente Zapatero, que daba una charla o mitin en Pedralbes, muy cerca de donde yo daba unas clases en un curso en la Escuela de Caminos. Zapatero les había prometido a los catalanes un Estatut muy generoso (otros opinaban que demasiado). A la manifestación con motivo de su presencia pude ver multitudes de trabajadores y riadas de estudiantes que acudían a la manifestación de apoyo en las proximidades del local donde se celebraba el acto. Casi me hacen perder el avión. Me sorprendió la devoción de los catalanes por el hecho. Luego el Estatut fue «cepillado» en el Congreso de los diputados. A pesar de ello, fue aceptado por los catalanes y vituperado por la derecha, que sacaron mesas a la calle en Madrid pidiendo firmas contra el Estatut y presentaron un recurso de inconstitucionalidad. El Tribunal Constitucional suspendió algunos artículos y los catalanes se cabrearon y montaron el procés. La «policía patriótica» no pudo encontrar las urnas, Putin al parecer metió baza y hasta ahora, intentando que las aguas vuelvan a su cauce. ¿De verdad que queremos cabrear a los catalanes para que se vayan? ¿O alguien piensa que, como en tiempos de Franco, se callarán y sumisos vendrán a ponerse de rodillas ante nosotros?