Estos días la prensa nos trae noticias de la sequía que sufre el País Vasco/Euskadi. En algunos municipios se prevén las consabidas restricciones respecto a prohibición de riegos de parques y jardines, baldeo de calles, lavado de coches y demás parafernalia arrastrada por estas situaciones; parafernalia determinada en el inevitable «Plan de sequía»(*). La novedad radica en un transporte de agua potable por barco entre Urdaibai y Bermeo, desde donde se incorporará a las redes generales del abastecimiento. La cantidad a transportar en cada carga del barco es de unos 2000 m³; dicha cantidad es relativamente pequeña (sirve para abastecer en un día a unos 13 000 habitantes). Pero, en general, se trata de solucionar los problemas de las poblaciones no conectadas a las redes generales (Consorcio de Aguas del Gran Bilbao y Amvisa, de Vitoria-Gasteiz). Al parecer, el problema se reduce al 10 por ciento de las poblaciones no conectadas a las redes generales que captan el agua de arroyos, manantiales y pozos, aunque la prensa indica que las restricciones podrían extenderse a Lekeitio, Ondarra y Marquina.
En 1968, habiendo terminado el 4º curso de ingeniería de caminos, tuve la oportunidad de pasar un mes de prácticas en las obras de construcción del abastecimiento al Gran Bilbao. Las prácticas las hice junto a mi compañero y amigo Javier Niño (**). A pesar de que ya comenzaba a ponerse difícil la situación por los movimientos de los «abertzales», pasamos unas semanas inolvidables en la conducción a Bilbao desde los embalses de Ulibarri-Urrunaga, con técnicos de gran profesionalidad y cordialidad, moviéndonos entre los túneles de la conducción, los acueductos y la lucha contra los deslizamientos de ladera debidos a la «cayuela», denominación local de una arcilla o limo que fluía como líquido en las laderas que se descalzaban por las obras. Por ese grato recuerdo, en 1990, siendo director del Servicio Geológico de Obras Públicas, no dudé en intentar echar una mano ante la situación de sequía que se había presentado en el País Vasco desde 1989.
Entre octubre de 1989 y febrero de 1991 tuvo lugar el periodo más duro de la mayor sequía presentada en el País Vasco hasta la fecha. Las restricciones alcanzaron su máximo en febrero de 1990 con cortes de agua en las redes generales de hasta 12 horas diarias, así como movilización por el Ejército de camiones cisterna. Por entonces las fugas en las redes de abastecimiento alcanzaban el 40 por ciento(***).
La dirección general de Obras Hidráulicas requirió al Servicio Geológico analizar la posibilidad de poder aportar al suministro aguas subterráneas. Los embalses principales del abastecimiento (Ulibarri-Urrunaga) en el río Zadorra, pertenecían a la cuenca del Ebro, por lo que esta Confederación hacía de «caja». Nos puso en contacto con una empresa de consultoría de apoyo y con la Diputación (Foral, claro) de Álava, para facilitarnos terrenos para la ejecución de pozos. Resultó que el apoyo fue muy escaso: la Confederación se desentendía de las aguas subterráneas, la consultoría «flotaba», y la Diputación no tenía interés alguno en explotar los acuíferos de su territorio; al contrario, no veían sino problemas de que se afectasen manantiales, problemas que enseguida «movilizaban» a fuerzas políticas abertzales en apoyo de los supuestos «afectados». También recurrimos al Ente Vasco de la Energía, creado unos años antes, que no mostró interés alguno en ir al grano mediante perforaciones. Su interés residía solamente en hacer «mapas» de los acuíferos de Euskadi.
Ante tal situación recurrimos al delegado del Gobierno, Juan Manuel Eguiagaray (1989-1991), que después fue ministro de Administraciones Públicas (1991-93) y ministro de Industria y Energía (1993-96). Tuvimos que desplazarnos a Vitoria-Gasteiz en ferrocarril, pues los coches oficiales del ministerio se negaban a circular por el País Vasco. El delegado del Gobierno nos recibió con gran deferencia y buenas palabras, pero no hizo nada más.
Ante tal situación se nos ocurrió concentrar cuatro máquinas de perforación de pozos en la zona de estacionamiento de la autopista principal, bien visible para los viajeros, indicando que estaban en espera de permisos para operar, y esperando que la prensa nos preguntase por la cuestión (cosa que no hizo). Las tuvimos que retirar por unas insinuaciones que se podían adivinar de dónde partían. Al fin se obtuvo un permiso ─¡en la provincia de Burgos! ─, en la cabecera del río Cadagua (creo recordar), donde se perforó un pozo que no aportó un caudal de interés.
La cosa termina en retirada desengañada. Cuando nos íbamos, a principios de 1991, nos cruzamos con unos enormes transportes por carretera que llevaban grandes conducciones (de cerca de 1 m de diámetro) a la cabecera del río Cadagua. La reflexión era la siguiente: por un lado, conducciones del orden de 1 m para un caudal circulante de unos 50 litros por segundo en sequía parecían desorbitadas; por otro, cuando lloviese (cosa que sucedió un mes después), sobraba la gran conducción. ¡Cosas de las actuaciones en situaciones de sequía! ¡Como pollos sin cabeza!
Lo único positivo es que la Confederación del Ebro pagó religiosamente todos los gastos en los que incurrimos (que fueron moderadísimos, solo unas perforaciones sin resultado práctico, unos estudios hidrogeológicos y un par de técnicos de apoyo durante unos meses). Y se acabó.
(*) Venimos reclamando la sustitución de los «Planes de sequía» por «Planes de abastecimiento» o, mejor aun, planes hidrológicos sin más. Pues, ¿que otro objetivo pueden tener en nuestro clima mediterráneo los planes hidrológicos que no sean la prevención de sequías? En esas circunstancias, tener un plan hidrológico, por un lado, y un plan de sequía, por otro, no son sino ─como diría Cervantes─ «albarda sobre albarda».
(**) Javier Niño fue contratado en 1969 por una empresa que estaba construyendo carreteras en el País Vasco. Pocos años después sufrió amenazas terroristas y tuvo la empresa que trasladarlo a Madrid. Desgraciadamente falleció poco después. En nuestro grupo de amigos de la Escuela también cabe citar a Castor Gárate y a José Eugenio Azpiroz. Ambos llegaron a ocupar cargos importantes en el Gobierno o en la política del País Vasco. Por mi parte, en el verano de 1969 acudí a una convocatoria de Entrecanales que solicitaba dos ingenieros para carreteras en el País Vasco. Quedé el tercero entre muchos aspirantes. Me disgusté mucho por la frustración. Ante la situación política que se presentó enseguida en dicho territorio, pude comprobar la justeza del aforismo: «no hay bien que por mal no venga».
(***) Por entonces también Gran Bretaña sufría una fuerte sequía. En Inglaterra se llegó a plantear la cuestión de si las restricciones deberían centrarse únicamente sobre los usos urbanos, dejando aparte la industria sin restricciones, pues se consideraba más importante conservar los puestos de trabajo que las molestias que podían causar los cortes de agua a los ciudadanos.