Situación de partida.
Mis recuerdos sobre la presa de El Atazar acaban en septiembre de 2008, fecha de mi jubilación forzosa por edad en el Canal de Isabel II. El texto que sigue está fiado exclusivamente a mi amojamada memoria, sin poder consultar ningún documento escrito, por lo que los datos y fechas concretas que aparecen en el texto no se pueden adverar. Pido disculpas de antemano al interesado lector por los posibles errores o inexactitudes.
Para situarnos en lo que sigue, comencemos exponiendo algún hito histórico sobre los antecedentes de la presa de El Atazar. Desde los años 50 y primeros 60 del pasado siglo, ante el crecimiento de la población de la ciudad de Madrid, el Canal de Isabel II, dependiente entonces del Ministerio de Obras Públicas, venía clamando por la construcción de nuevas presas y canales para atender la demanda de agua de la capital en crecimiento desbordado (milagro económico español de los años 60). Especialmente la presa de El Atazar como medio de conseguir la regulación completa del río Lozoya, verdadera despensa de agua del abastecimiento, aunque en los estiajes su caudal bajaba hasta unos 50 litros por segundo. El día 12 de mayo de 1965, festividad de Santo Domingo de la Calzada, el abastecimiento de la capital entró en crisis debido a una maniobra desafortunada en la red de suministro. En los meses siguientes, las restricciones llegan a superar las 16 horas diarias. El Caudillo cesó fulminantemente al ministro de Obras Públicas, general Vigón, por medio de un escrito que llevó al ministerio un motorista de El Pardo. Fue sustituido por Silva Muñoz, «ministro eficacia», que rápidamente puso en marcha la construcción de las presas de Pedrezuela, Manzanares el Real (nueva presa próxima a la existente), Pinilla, El Atazar (presa y canal), elevación desde Picadas en el río Alberche, canales de transporte, numerosas estaciones de tratamiento del agua, depósitos, etc. Con ello el Canal quedó prácticamente configurado como está actualmente. Se puede decir que Silva Muños volvió a crear por segunda vez el Canal de Isabel II.
La grieta de la presa.
Cuando en el año 2000 se asignaron los embalses (y las presas) dentro del Canal de Isabel II a mi unidad, tuve que hacer, sobre la marcha, un curso rápido de aprendizaje sobre el tema del comportamiento de estas estructuras. Lo que más preocupaba en el mundo de las presas era la seguridad de El Atazar, una presa bóveda de doble curvatura, de 134 m de altura, en la que en 1972 había aparecido una grieta en sus entrañas que creció alarmantemente en 1978. La grieta se situaba a unos 100 m de profundidad desde coronación, por donde llegaron a filtrarse hasta 150 litros por segundo, amenazando la seguridad de la estructura. Rompiendo el monolitismo de la estructura, la grieta o familia de grietas se situaban aproximadamente a un tercio de su altura desde cimientos; estaba formada una serie de fisuras en forma de melena que, naciendo en su estribo derecho, se extendía por más de un tercio de la anchura de la presa, unos 160 m de longitud.
Había mucha política sobre el supuesto comportamiento de El Atazar, dado que el embalse formado por la presa constituía la gran despensa de agua de la Comunidad de Madrid (425 hm³ de capacidad) y, también, porque su rotura podría entrañar la desaparición de varias poblaciones situadas en las riberas del Jarama. El partido popular había utilizado la supuesta «inseguridad» de dicha presa para atacar en 1994-95 (principalmente desde las páginas del diario ABC) al gobierno socialista de la Comunidad de Madrid. Una vez los populares en el poder, y tras contratar al experto suizo Giovanni Lombardi, la presa pasó a ser «segura». Pero no por ello habían cambiado las condiciones técnicas del problema.
El Canal propuso y la Confederación Hidrográfica del Tajo aceptó a través de su Comisión de Desembalse, limitar la lámina de agua en el embalse a la cota 860, unos 10 m por debajo del labio del vertedero, durante los meses fríos (noviembre a febrero ambos inclusives). Los 10 m de limitación equivalían a 100 hm³ de capacidad. Debido a la fuerte curvatura de la estructura, las presiones del agua en los 10 m últimos de la presa eran notables, calificándose informalmente como presiones sobre el «pescuezo» de la presa que repercutían en su estructura, principalmente en la zona herida. Otras tensiones notables sobre la presa la constituían las frías temperaturas invernales, de manera que un grado centígrado de bajada de temperatura equivalía en cuanto deformaciones a un metro de carga de agua. Desde 1978, fecha en que le grieta alcanzó su máxima extensión, la cuestión principal sobre El Atazar se centraba en ver de liberar la limitación impuesta; es decir, conseguir el llenado total aprovechando los últimos 100 hm³ para la regulación de los caudales del río Lozoya. Lombardi había informado en 1998 que la presa era segura y se podía llenar totalmente, pero nadie se fiaba de tal recomendación (sobre todo de tomar la decisión en invierno).
Vicisitudes de un plan de llenado
Se había creado una Comisión técnica en el ministerio, con representantes del área de Vigilancia de Presas junto con los de la Confederación del Tajo y del Canal de Isabel II. El cometido principal de la Comisión consistía en elaborar un programa para el llenado total del embalse controlando el comportamiento de la presa, con objeto de suprimir las limitaciones del llenado invernal. Si en la esfera política era importante la percepción de los problemas de cara a la opinión pública (votos), en la esfera de la Comisión técnica ganaba importancia el tratamiento «administrativo» del problema, es decir, quién haría los informes pertinentes, quién debía firmarlos y qué trámite había que darles para su aprobación. A la citada comisión, por parte del Canal asistía yo acompañado de Juan Alberto García Pérez, jefe del área de presas y Francisco Blázquez, que ejercía de médico de cabecera de la estructura. Entre los vocales de Vigilancia de presas se encontraba algún experto que cualquier pequeña cuestión (real o supuesta) le alarmaba y requería estudios y trabajos exorbitantes en coste y tiempo (por ejemplo, sobre los movimientos irreversibles de los estribos y los efectos de machaqueo sobre el terreno de las «idas y venidas» de la estructura. Se le contestaba invocando a Leibniz: «La mera potencialidad de un suceso no implica inevitablemente su cumplimiento». Por su parte, los funcionarios de la Confederación ponían su mayor empeño en despejar responsabilidades ante posibles sucesos adversos. Como es natural en el mundo de la administración pública se encargó el trabajo de proponer un plan de llenado con controles a expertos externos (Jesús Granell). Los anteriores expertos que había informado sobre la seguridad de la presa (Antonio Soriano antes del año 2000) habían ido endureciendo sus informes en el sentido ser más cautelosos cada año que transcurría, apartándose de la cuestión desde la fecha antes indicada.
Ante tal situación, Juan Alberto y yo fuimos al Colegio de Caminos para interesarnos en el tema de los seguros frente a las posibles consecuencias penales para los responsables de su gestión ante posibles accidentes. Pero frente a estas hipotéticas situaciones ─pequeñas probabilidades de ocurrencia, pero posibles grandes daños, es decir, grandes riesgos─, las compañías de seguros sostenían que se trataba de sucesos «no asegurables» debido a las desorbitadas cuantías de las presuntas primas. El resultado negativo en cuanto a la cobertura de los riesgos personales nos hizo aumentar nuestra prudencia en el asunto.
Con base en los criterios de la Comisión técnica, se redactó un plan de llenado que se extendía durante muchos años o alguna década, con grandes cautelas consistentes en pequeñas subidas y bajadas con numerosos escalones del nivel del embalse; es decir, de imposible realización por las décadas requeridas para llevar a cabo el plan. Como tampoco encontró el plan el respaldo de las autoridades ministeriales, con aprobación primero y desaprobación posterior, la cosa se fue diluyendo en el tiempo. Conclusión: la gestión de la presa quedó con la limitación invernal de llenado, y aquí paz y después gloria. Con lo cual todos los profesionales quedamos tranquilos (o, mejor, menos alarmados).
La auscultación de la presa
Pero volvamos atrás y a las cuestiones técnicas. Llamaban la atención varias cuestiones. La primera fue que la presa no era una estructura monolítica, sino que, por el contrario, estaba perforada por 8 kilómetros de galerías de servicio a distintas alturas provistas de (estorbadas por) multitud de aparatos de observación. Había una extensa «cacharrería»: péndulos invertidos (con diversas bases de medidas a diferentes alturas); extensómetros; manómetros; aforadores; inclinómetros; sismógrafos…y otros. Era una de las presas más vigiladas del mundo.
Dentro de la multitud de dichos aparatos, Francisco Blázquez, ingeniero custodio de la presa (conocía sus latidos y suspiros), me consultó en mi primera visita, cortésmente, si se podían retirar 800 manómetros colocados en otros tantos piezómetros, que daban lugar a lecturas redundantes y que podían anularse sin menoscabo de la adecuada auscultación. Me di cuenta que la consulta era solo una deferencia, pues en el recorrido por las galerías de la presa había visto, en un rincón, un gran montón de manómetros ya retirados. Inmediatamente le dije que me parecía bien. El custodio me comentó que había muchos aparatos de «yaqué»: cada vez que un nuevo experto trabajaba en la presa, era frecuente que dijese: «ya que estamos aquí, vamos a colocar unos medidores más para mayor seguridad»; y los medidores se multiplicaban exponencialmente. Lombardi había incidido en la redundancia de los medidores y recomendado la reducción y la jerarquización de los datos.
Para la vigilancia de la presa, el Canal contaba con un equipo de 10-12 trabajadores, más encargado y capataces muy capacitados; algunos de ellos habían estado presentes en la construcción de la presa. Este personal se dedicaba preferentemente a tomar lecturas de «la cacharrería» durante las 24 horas del día, siguiendo un protocolo de comprobación con el fin de que todas ellas se encontrasen en las «bandas» de normalidad. En otro caso, se ponía en marcha la cadena de alarmas. Afortunadamente, en bastantes ocasiones, las anomalías de las lecturas de los sensores se debían a causas fortuitas como corrientes de aire o posado de un pájaro en los cables de los péndulos de la presa. Téngase en cuenta que la sensibilidad de los aparatos era extrema, registrando movimientos de décimas de milímetro; así, por ejemplo, un salto sobre el hormigón en una galería quedaba registrado como posible «anomalía».
Se tomaban unos 125 000 datos al año. Información que se convertía en informes anuales, trimestrales, mensuales y diarios, con distintos grados del rango de las medidas. Los informes corrían a cargo de Francisco Blázquez, que había sustituido ventajosamente a los expertos externos que se habían ocupado los primeros años de este menester. En verano la presa dilataba y solía tener menor altura de agua, por lo que se movía hacia adelante. En invierno, con menor temperatura y mayor altura de agua, la presa se movía hacia detrás. El máximo recorrido había sido de 54 mm en el centro de la coronación. Para ser una estructura de hormigón de apariencia monolítica, sorprendía esta magnitud del movimiento. Como anécdota no escrita, a veces parecía como si la coronación de la presa «culebrease» con la insolación veraniega, cosa que vedamos poner por escrito, pues no estaba la cosa para sutilezas.
Imágenes obtenidas de la ficha de la presa de El Atazar del Inventario de presas de la Sociedad Española de Presas y Embalses (SEPREM) (web www.seprem.es)
Los buzos y el sellado de fisuras
En cuanto al tratamiento de la fisura podemos decir que se ha seguido el procedimiento puesto en marcha por Urbistondo y otros desde 1978. En efecto, en enero-febrero de dicho año, con la cota de agua cerca al máximo, se aumentó la grieta aparecida en 1972, que llegó a la galería de drenaje de la cota 770 (100 m por debajo de la máxima cota del agua) filtrándose unos 150 l/s en dicha galería. Además de inyecciones de cemento desde la galería, se recurrió a buzos para sellar desde el paramento exterior las fisuras por medio de resinas.
Años después nos fue posible contemplar una nueva operación con los buzos, cuando el caudal drenado en la zona de la fisura superó los 100 litros por minuto (ojo, por minuto, como es normal medir los drenajes de presas). Se instaló una plataforma con los equipos en la vertical de la zona de fisuras, unos 50 m distante de la coronación debido a la fuerte curvatura de la presa. Los buzos tenían que descender unos 100 m en aguas con 4-6 grados centígrados de temperatura, por lo que iban provistos de un traje de dos capas entre las cuales se hacía circular agua caliente permanentemente (60º C). Se les sustituyó el aire por helio, con lo cual su voz era parecida a la del pato Donald. En la balsa existían servicios de tv y de audio. El tiempo de trabajo era de 15 minutos con una media hora de subida en escalones. Hacían dos-tres sumersiones diarias. Localizado un punto de fisura por el que se filtraba el agua (se dispersaban unos finos que acudían raudos a filtrarse por puntos de las fisuras), se colocaba alrededor una masilla y, posteriormente, mediante un émbolo ajustado se introducían las resinas de sellado a presión. Así en la multitud de puntos de entrada de agua, en general de pequeña cuantía. Finalizada la operación, el caudal drenado descendía a escasos litros por minuto. Después de cada operación de sellado, ceteris paribus, el caudal drenado era cada vez menor y mayor el tiempo (varios años) transcurrido entre las sucesivas operaciones con buzos.
Sobre los problemas geotécnicos
Por fin queda por comentar mi personal impresión, a vista de pájaro, sobre El Atazar y sus circunstancias. En primer lugar, la precipitación en elegir el punto concreto de su emplazamiento. Debido a las restricciones del suministro a Madrid desde mayo de 1965, que llegaron a alcanzar 16 o más horas diarias y que dieron lugar al cambio del ministro de Obras Públicas, se tienen dudas de que hubiese tiempo para llegar a redactar un proyecto detallado basado en un adecuado estudio del terreno de cimentación… Se declaró un tramo del rio Lozoya de unos 12 km donde se situaría la presa, sin mayor concreción. El llamado proyecto de la presa fue debido a Consulpresa, una consultora con capital mixto hispano-portugués donde figuraba el afamado diseñador de presas Joaquim Laghinha Serafím. El lugar finalmente elegido estaba formado por pizarras del Silúrico superior fracturadas con diaclasas de pocos centímetros a más de un metro, y con fracturas verticales de gran potencia con relleno de material arcilloso. Podemos pensar que se contó con escasos datos de las características de los materiales de cimentación y estribos, centrando la atención en lo airoso de la bóveda de doble curvatura que constituyó todo un alarde técnico para su tiempo. Con posterioridad se ha reconocido por los expertos que, a la vista de las condiciones geotécnicas del terreno de cimentación, lo más adecuado hubiera sido construir una presa recta de hormigón, con resistencia por gravedad, prescindiendo de la colaboración de las laderas. La precipitación en la elección del emplazamiento lo ratifica la rapidez con que fueron adjudicadas las obras a la UTE formada por Entrecanales y Távora, Dragados y Construcciones y MZOV. Los trabajos se iniciaron el 1 de octubre de 1965, con un plazo de 39 meses y un presupuesto inferior a 1000 millones de las antiguas pesetas. Muy pronto comenzaron a aparecer problemas geotécnicos, por lo que la inversión final multiplicó por 6 el presupuesto inicial.
El primer gran problema geotécnico que se presentó fue la inestabilidad de la ladera izquierda, que estaba formada a la manera de un sándwich que amenazaba deslizar hacia el embalse. Me comentó un colega de la empresa Rodio que del ministerio le pidieron en un plazo de 24 horas un esquema o propuesta para corregir la ladera. Presentaron una página: por delante estaba dibujado un bulón anclado en profundidad y tensado sobre una cabeza de hormigón; en el envés de la hoja figuraba el presupuesto unitario. Con esa hoja se llegaron a facturar 800 millones de pesetas, es decir, una cifra próxima al presupuesto total de la presa. La solución construida consiste en un entramado de vigas de hormigón armado tensado sobre el terreno mediante anclajes y drenado por galerías que son prolongación de las de la presa, con vigilancia especial de los finos que pueda arrastrar el agua de filtración. Durante el tiempo que tuve responsabilidades en la presa, pregunté sobre cuándo se comprobaba la tensión de los anclajes. Se tenía constancia de una comprobación de la tensión antes de 1983, con dudas de que se hubiesen comprobado las cabezas situadas por debajo del agua. Se trata de un tema (la comprobación de la eficacia de la sujeción de la ladera) que constituye uno de las principales cuestiones de la seguridad de la estructura.
El segundo gran problema geotécnico lo constituyó la gran falla (o fallas) que atravesaba el terreno bajo el estribo derecho. Se decidió en su día construir una viga zócalo en dicha ladera que se puede observar por detrás de la presa. Con ello se rigidizó dicho estribo, con lo que produjo movimientos asimétricos en la presa, de manera que el estribo izquierdo tiene mayor libertad de movimientos en los ciclos de carga/descarga. Según los expertos esta situación ha dado lugar a la aparición de la grieta. Lo justifican diciendo que, ante esa rigidización diferencial, «la presa rompió por donde debía romper», añadiendo que después de producirse la grieta, la presa trabaja resistentemente de otra manera, pues la parte superior trabaja más como arco que como bóveda. Lo cual tiene su traducción para los futuros modelos tenso-deformaciones del conjunto presa-terreno. De cualquier forma, para pensar en como trabaja una presa, una forma curiosa es seguir el consejo de un catedrático de la Escuela de Ingenieros de Caminos: «transformar nuestro cuerpo como si fuera la estructura y «sentir» sus movimientos y tensiones ante las acciones exteriores»
Ante la situación descrita (aunque con brevedad excesiva y carente de rigor), ¿puede el lector comprender la zozobra de los ingenieros responsables de la presa por parte del Canal, cuando se presentó un mes de marzo con temperaturas muy frías y nivel del embalse a la cota 860 (es decir, en el límite de la limitación invernal), en la que «la cacharrería» indicaba que ibamos derecho hacía la situación de alarma? ¿Habría que «pegar el cante» para desaguar rápidamente o, por el contrario, debíamos esperar para no crear una alarma de imprevisibles consecuencias que luego resultara excesiva? Después de una mañana completa llena de reflexiones técnicas y de percepción de riesgos, decidimos esperar al día siguiente para tomar una decisión. Afortunadamente el tiempo cambió y la temperatura subió varios grados, lo que se manifestó rápida y positivamente en los sensores de la estructura.
Conclusión
Se trata de una presa que requiere vigilancia y cuidados para no forzarla. Por supuesto, la limitación invernal debe seguir (no llenar en invierno los últimos 10 m, equivalentes a 100 hm³). No merece la pena ─en absoluto─, por los riesgos asociados, intentar levantar la limitación impuesta, como han recomendado algunos expertos (sin responsabilidades penales) y se han hecho eco de ello políticos legos (también sin responsabilidades penales). Hay que tener en cuenta que, dada la regulación del Lozoya aguas arriba de El Atazar, por la cadena de embalses de Pinilla, Riosequillo, Puentes Viejas y El Villar, resulta difícil que se produzca un vertido de agua en El Atazar. De hecho, las veces que ha vertido (en un par de ocasiones en sus 50 años de historia) ha sido «trayendo» agua de los embalses anteriores a finales de junio, con objeto de comprobar los desagües y hacer la foto.