Mi afición a los temas de planificación económica tuvo su origen en las clases impartidas por don Carlos Roa Rico (1901-1995) en el quinto curso de la Escuela de Ingenieros de Caminos de Madrid (curso 1968-69), en la asignatura de Economía del Transporte. Don Carlos había sido director general de Renfe (decía que en su despacho entraban tres metros cúbicos de papel diarios). Por su edad se dedicaba a una visión de gran angular en los temas que impartía. Recuerdo el día que nos dibujó en el encerado las curvas de progresión en el tiempo de las economías capitalista y comunista. Esta última, la de la Unión Soviética, tenía una pendiente mayor y, por aquellos años, estaba a punto de cruzar la curva del capitalismo, de pendiente más suave. Todavía teníamos en la retina el paso en 1957, cada hora y media, del satélite artificial Sputnik, que ponía de manifiesto la ventaja de la Unión Soviética en la carrera espacial. (Franco, según su primo en las «Conversaciones», afirmaba que esta ventaja se debía a que tenían un «mando único» y no como las democracias). Don Carlos[1] asistía a las clases acompañado de un ayudante silencioso, recién graduado, que estaba realizando sus primeras armas: Rafael Izquierdo Bartolomé[2], que con el tiempo llegaría a ser una autoridad en economía de transportes y que fue el promotor intelectual (¡ay!) de la política de construcción privada de las autopistas radiales de Madrid.
Don Carlos nos animaba a leer algunos textos sobre el tema de la planificación económica y del desarrollo, tema de moda en España (con retraso respecto a Europa) en la década de los años 60, desde que el presidente Truman, en un célebre discurso de 1947, clasificó los países en desarrollados y subdesarrollados. Recuerdo algunos de los textos que leí entonces, aunque no pueda afirmar que con mucho aprovechamiento. Por ejemplo, del holandés Jan Tinberben (1903-1994), premio Nobel de Economía en aquel año (1969), que desarrolló herramientas estadísticas para probar hipótesis económicas. Fue de los primeros en crear modelos multiecuación de economía, creando un modelo de 48 ecuaciones para explicar los ciclos económicos de los EEUU. Otro texto que recuerdo haber leído es «Las etapas del crecimiento económico: un manifiesto no comunista» de W.W. Rostow (1916-2003), un autor que se declaraba creyente en el capitalismo y la libre empresa.
Pasando a nuestro tiempo, y alejando los recuerdos de 1969, acabo de darle una segunda lectura a un libro interesante: Nicolás Sesma (2024): «Ni Una, ni Grande, ni Libre. La dictadura franquista (1939-1977)«, Ed. Crítica, Barcelona, 759 págs. Libro muy bien apoyado en documentos y bibliografía y enfocando a tratar tanto a los dirigentes políticos como la sociedad de aquel tiempo. En relación con el tema de la planificación económica que tratamos hoy, copio a continuación lo expuesto en las páginas 440 y siguientes:
«… [López Rodó fue] elevado a la categoría de ministro desde la remodelación de 1965, sin cartera oficialmente atribuida, pero en cuanto responsable de la Comisaria del Plan de Desarrollo (CPD). Dicha agencia había sido creada tres años antes, una vez finalizado el proceso de estabilización [el llamado Plan deEstabilización, del Banco Mundial, de 1959, que puso fin a la etapa autárquica del Régimen], cuando se decidió dar continuidad a la nueva orientación de la política económica mediante la adopción de la llamada «planificación indicativa». Una fórmula híbrida capaz de combinar «la existencia del modelo de economía de mercado con un cierto grado de dirigismo estatal», ya que sus directrices eran de «carácter vinculante para el sector público y exclusivamente indicativas para el sector privado».
Lógicamente, controlar el diseño y ejecución de los subsiguientes Planes de Desarrollo Económico y Social (1964-67, 1968-71 y 1972-75) se convirtió de inmediato en un cotizado objeto de deseo. A la altura de 1962, y en cuanto a principal responsable político del giro económico, para Navarro Rubio resultaba obvio que el emplazamiento ideal para la Comisaría era el ministerio de Hacienda y que su titular debía compaginar ambos cargos. Su enfado al conocer el nombramiento de López Rodó y la adscripción de la CPD al aparato de la Presidencia fue monumental. Para continuar con la tradición de la Real Casa de la Aduana, presentó la dimisión, aunque admitió que no se hiciera efectiva hasta el citado cambio de gabinete de 1965, cuando fue recompensado con el bien remunerado puesto de gobernador del Banco de España. También Alberto Ullastres albergó esperanzas de ser el elegido, pero fue finalmente enviado a Bruselas como el mejor embajador posible ante la CEE, con la difícil misión de insistir en algún tipo de asociación formal con las instituciones comunitarias y no únicamente comercial, tal como quedaba delineado en la respuesta recibida en 1964. Para uno y otro se encontraron sustitutos que reproducían su perfil como dos gotas de agua bendita, Juan José Espinosa San Martín y Faustino García-Moncó, ambos miembros del Opus Dei, ambos vinculados igualmente con el Movimiento ─IEP [Instituto de EstudiosPolíticos] y SEU en el caso del primero, con la vertiente carlista en el caso del segundo─ y ambos destacados excombatientes voluntarios de primera línea durante la guerra civil. La puesta en marcha y estructuración de la Comisaría, por último, dejó también en el camino a uno de los históricos de la dictadura, Juan Antonio Suanzes, que sintiendo menos apreciada la labor del INI presentó su renuncia irrevocable y nunca llegó a recomponer sus relaciones con Franco.
Al igual que sucediera con el proceso de estabilización, la apuesta por la planificación indicativa no hacía a España diferente de otros países de su entorno. Más bien era el contrario. Los Países Bajos contaban con una oficina dedicada a la coordinación y análisis de sus políticas económicas desde 1945 (Centraal Planbureau) y la muy conservadora Gran Bretaña de Harold Macmillan creaba, también en 1962, el National Economic Development Council (NEDC). El principal modelo a seguir, con todo, era nuevamente Francia y sus exitosos «Planes de modernización y equipo [¿equipamiento?]«, gestionados desde 1946 por un organismo situado bajo la directa dependencia de la Presidencia del Gobierno, el Commissariat général du Plan (CGP). Dirigida por Jean Monnet, dicha Comisaría había recuperado el modelo de dirigismo económico estatal puesto en marcha durante el régimen de Vichy a través de la Délégation générale à l’Équipement National (DGEN, 1941) ─ así como a la mayoría de su personal—, aunque convenientemente adaptado a un sistema democrático, puesto que ahora sus acciones se encontraban sujetas a diversos mecanismos de control político y a la concertación con los agentes sociales, en especial los poderosos sindicatos obreros.
Lo que hacía a España diferente, por lo tanto, era una vez más la naturaleza dictatorial de su ordenamiento político, que impedía o adulteraba la presencia de esta clase de mecanismos de control y de concertación. Una ausencia que marcaba igualmente a los «Planes de Fomento» (1953-1958, 1959-64 y 1968-73) articulados por el Portugal del Estado Novo. Sin ellos, de hecho — y por mucho que López Rodó hablara de ejemplo de «planificación democrática»—, la receta económica de los sesenta distaba mucho de constituir una forma de aperturismo. Es más, contenía el punto justo de diversidad autoritaria para seguir siendo asumible para todos los miembros de la coalición franquista. Así, el papel rector otorgado al Estado dejaba a salvo los principios del corporativismo fascista [Recordemos a Mussolini: «Todo en el Estado, nada sin el Estado, nada contra el Estado»] mientras que la importancia y las facilidades asignadas a la iniciativa privada lo acercaban sobremanera a la teoría corporativista católica, al tiempo que lo diferenciaban de la planificación de tipo soviético, utilizadas a su vez por las dictaduras comunistas de los países del Este. De este modo, la manida frase del economista catalán Fabián Estapé de que, al abordar la concepción de los Planes de Desarrollo, «no se nos pidió que inventáramos la sopa de ajo, sino simplemente copiar al pie de la letra el sistema francés», resulta deliberadamente inexacta. Como ocurriera anteriormente con Joan Sardá a propósito de la estabilización, la mala conciencia hacía olvidar a Estapé que el sistema francés funcionaba en el marco de un régimen político democrático, algo que resultaba indisociable tanto de sus fines y resultados como sobre todo de los medios arbitrados para alcanzarlos.»
Todo el tinglado de los Planes de Desarrollo se vino abajo en nuestro país con la primera crisis del petróleo de 1973. El III Plan dejó de estar en vigor sin hacer ruido y sin que nadie lo echase en falta. A partir de ese momento, hablar de planificación económica era ganarse a pulso el remoquete de «bolchevique». La economía del libre mercado era lo más opuesto a la planificación económica. Pero antes de dedicarle un funeral cantado, conviene hacer una reflexión sobre su «meta propósito». Pienso que los tecnócratas del Opus de 1959, los del Plan de Estabilización, tenían claro que para tener un país próspero había que industrializar España y dejar de ser un país agrícola, condenado a la pobreza. Un director general años después lo resumía en una frase de bronce: «Invertir en agricultura es invertir en pobreza». A pesar de este propósito principal de industrialización, el régimen siguió invirtiendo en una agricultura que beneficiaba en primer lugar a los grandes propietarios agrícolas. La política se basaba en embalses para riego, pueblos de colonización y concentración parcelaria. Pero el informe del Banco Mundial de 1962 era claro en su crítica a esta política agrícola. El clímax del enfoque agrarista llegó con el Trasvase Tajo-Segura, propuesto dentro del II Plan de Desarrollo, que primaba los productos agrarios del Sureste frente al desarrollo industrial y de los servicios en el área de Madrid. Pasados los años, la planificación tuvo una nueva aparición con motivo de la ordenación de las aguas, de la energía y del medio ambiente de la mano de las regulaciones medioambientales de la Unión Europea. Y volvimos a las cuestiones de planes indicativos o vinculantes, etc. etc. Y tras otra vuelta de tuerca, también volvemos a los que claman últimamente por la desregulación. la privatización, etc. Vueltas y más vueltas del carrusel. Y …
[1] Según Google, Carlos Roa Rico fue miembro de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, del cardenal Herrera Oria.
[2] Rafael Izquierdo Bartolomé (1934-2013) fue miembro supernumerario del Opus Dei.
