La tentación de la economía.
Cuando me encontraba yo mediando la carrera de ingenieros de caminos estuve considerando seriamente la posibilidad de matricularme en la Facultad de Ciencias Económicas, compaginando ambos estudios, como hacían no pocos de mis compañeros de curso. Entonces nos parecía que para «andar» por el mundo había que ser entendido en economía, la ingeniería sola no era suficiente. Menos mal que en un ataque de cordura me acordé de una máxima de nuestro don Francisco de Quevedo: «aprendiz de todo, maestro de nada», y decidí que primero tendría que terminar la ingeniería y luego ya se vería por donde ir. Y, claro, luego empezaron a mandar «las circunstancias» (que diría don José Ortega y Gasset), y no hubo lugar para disciplinarme en ciencias económicas. No obstante, quedé con la afición a la cosa económica, y he dedicado innumerables horas a la lectura de textos económicos: académicos, clásicos, ortodoxos e, inevitablemente, heterodoxos, por aquello ─fruto de la innata rebeldía─ de que las alternativas críticas a lo oficial pueden contener con frecuencia ideas interesantes, o más interesante que «lo consabido» (las buenas ideas se suelen producir en los márgenes del sistema, Keynes presente).
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