Decía Kierkegaard que la vida se vive hacia adelante, pero se comprende hacia atrás. También recuerdo el aforismo de Gracián, de su Oráculo Manual, que venía a decir que la tercera edad del hombre debía reservarse para «el filosofar». Y por último, Luis Mateo Díez, un escritor de ahora, decía también hace poco que, a partir de determinada edad, tendemos a vivir más en la literatura que en la vida. Y combinando todas esas ideas me da por escribir acerca de un problema de abastecimiento de agua de finales de los años 70, relacionado con el potente Canal de Isabel II y con los problemas político-sociales que aparecían en los primeros años de la democracia. Pero comencemos por el principio.
Mi primera visita al Canal fue por febrero de 1970, acompañando a Ramón Llamas en su cita con el gerente José García Augustin (su apellido era así; no es una errata). Había terminado yo recientemente la carrera (junio 1969) y me había demorado cuatro meses realizando las prácticas de Milicias como oficial de ingenieros en Hoyo de Manzanares. El edificio número 1 del Canal me pareció muy viejo y algo cutre, con sus pasillos de corcho. El Canal estaba saliendo del trauma causado por el colapso del abastecimiento sufrido el 12 de mayo de 1965 (festividad de Santo Domingo de la Calzada), dando lugar a la implantación de las últimas restricciones sufridas en el abastecimiento de la capital, que llegaron a extender la duración de los cortes a más de 16 horas diarias. Por tal motivo el general Franco cesó por motorista al ministro general Vigón y nombró a Silva Muñoz, denominado ministro eficacia, que rápidamente puso en marcha la construcción de los embalses de El Vellón, Pinilla, El Atazar, la solución AMSO (elevación de agua del río Alberche), varias ETAPs, canales y depósitos, etc. Sólo quedaron fuera de esta etapa los embalses de Valmayor, La Aceña y Los Morales para completar la situación actual del abastecimiento de la Comunidad de Madrid.
La visita que hicimos al gerente del Canal en 1970 tenía por objeto la realización de estudios por parte del Servicio Geológico de Obras Públicas sobre las posibilidades de las aguas subterráneas con vistas a su incorporación al abastecimiento de la capital. Durante los años siguientes mantuvimos contactos de seguimientos de tales estudios con Rodolfo Urbistondo (que sustituyó al gerente anterior) y Juan Antonio Vigueras, de los que guardo un recuerdo excelente por su consideración y buen trato. Rodolfo Urbistondo tenía el criterio de que, hasta entonces, los estudios de aguas subterráneas realizados por el Instituto Geológico y Minero no habían conducido a ningún resultado práctico, tomando la decisión hacia 1972 de poner en marcha un concurso para la adquisición de aguas «profundas», con precio fijado para el metro cúbico entregado en las instalaciones del Canal hasta un caudal de 2 metros cúbicos por segundo, corriendo el adjudicatario con las actuaciones necesarias (construcción de los pozos de captación y demás instalaciones), así como los riesgos técnicos y económicos subsiguientes. Con Ramón Llamas informamos sobre el concurso para afinar sus condiciones. Fue adjudicado por el Canal a la empresa Agua y Suelo S.A., de capital alemán, que construyó el campo de pozos de Fuencarral, con sus pozos de 400 m de profundidad, depósito de recolección y sala de bombas de elevación del agua hasta el depósito de El Goloso, lugar donde se incorporaban las aguas «profundas» a la red general del abastecimiento.
Por entonces se incorporó al área abastecida por el Canal el denominado «Alfoz», es decir los barrios extremos de la capital (debido a su rápido crecimiento tuvieron que ser abastecidos en los años 60 con cisternas del Ejército) y unos 20 municipios de la «corona metropolitana». El resto quedaba fuera del ámbito del Canal. Cuando surgía algún problema de abastecimiento en la provincia de Madrid, nos encargaban de su posible solución por medio de aguas subterráneas al Servicio Geológico. A lo largo de los años conocimos muchos de los problemas de abasto de los pueblos madrileños. En un rápido recuento podría citar (contando diversas etapas): Lozoya, Rascafría, Robregordo, La Hiruela, Valdemaqueda, Algete, Urbanización Santo Domingo, Alcalá de Henares, Chinchón, Colmenar de Oreja, Villaconejos, Estremera, Carabaña, Santorzaz, Pezuela de las Torres, Villalbilla, Batres, El Álamo, Humanes, Navalcarnero, Villaviciosa de Odón, Boadilla del Monte, Villanueva de la Cañada, Quijorna, Villamantilla, Cadalso de los Vidrios, Las Rozas de Puerto Real, Las Herreras,…
Fue notable el caso de Móstoles, Fuenlabrada y, sobre todo, Parla, abastecidos todos ellos por medio de pozos exclusivamente y cuya población se estaba disparando. Se contaba que los proyectos de construcción de nuevos bloques de viviendas entraban en los ayuntamientos en camiones, y se enviaban, sin más trámites, a los archivos de los sótanos. Se trataba de un urbanismo salvaje que desbordaba a los municipios, cuya administración era igual a la existente 30 años antes, cuando contaban con pocos miles de habitantes. En el municipio de Parla, hacia 1979 se habían alcanzado vertiginosamente los 70 000 habitantes. En vísperas de las primeras elecciones democráticas su abastecimiento sufrió un colapso. El domingo 4 de marzo por la tarde, sus vecinos cortaron la carretera de Toledo; cargó la policía y una pelota de goma causó la muerte de un joven de 14 años. Esa noche, pasadas las 11, recibí una llamada telefónica con la orden desde el Ministerio de Obras Públicas de asistir a una reunión el lunes a las 9 horas en el Gobierno Civil de Madrid, en la calle Mayor. El equipo convocado lo completaban Fernando Troyano por parte del Canal, y el ingeniero municipal, Javier, un joven que estaba muy asustado. Nos recibió el gobernador civil Juan José Rosón (después ministro del Interior) que nos dijo. «Vayan ustedes a ver cuál es la situación y esta tarde vengan por aquí y me dicen lo que haya que hacer».
Llegamos a Parla, de cuyo abastecimiento teníamos conocimiento por haber actuado anteriormente por parte del Servicio Geológico (como en Móstoles y Fuenlabrada), y pasamos a la casa consistorial, edificio que encontramos absolutamente desierto. Recorrimos sus dependencias y dimos unas voces; apareció presuroso un policía municipal que, con grandes aspavientos, nos dijo que nos fuésemos, pues había amenaza de bomba. No perdimos la dignidad, pero tampoco el tiempo, y nos fuimos a un bar situado al otro extremo de la plaza para presenciar acontecimientos. Llegaron los artificieros y… no hubo nada. Pero como el alcalde y los ediles, del antiguo régimen, «habían huido», nos hicimos cargo del ayuntamiento los del trio, aunque sólo en cuanto al abastecimiento, nombrando con humor a Troyano alcalde hídrico en funciones, por ser el de mayor edad. El Gobernador tardó unos quince días en nombrar un Delegado gubernativo para cubrir el vacío de poder, pero el nuevo delegado hacía poca cosa y no tuvimos prácticamente contactos con él.
Después de ordenar las horas de restricción y los bandos correspondientes, poner en marcha la cloración en el depósito (para ello se compró lejía en una droguería próxima), averiguar las conducciones que habría que duplicar (la red, telescópica, llegaba con un diámetro insuficiente a los barrios en los que habían crecido más los bloques de viviendas, constituyendo un ejemplo de urbanización disparatada), así como los lugares donde perforar nuevos pozos, nos volvimos a Madrid sin comer. Por la carretera nos cruzamos con una caravana de vehículos de la policía que se dirigían a la población con objeto de hacer frente a la manifestación anunciada; manifestación a la que acudirían la mayor parte de los antisistemas agresivos de la provincia, que tendían cables de acero no visibles entre los árboles para guillotinar a los policías montados en motos que pretendían disolverlos.
Informamos al Gobernador de las medidas tomadas y de las acciones que estábamos iniciando. En la búsqueda de terrenos para perforar los pozos nos ayudó «manu militari» Sánchez Harguindey, entonces Subgobernador y luego Subsecretario de Interior cuando el 23-F de 1981. Mientras nos encontrábamos en la reunión, Rosón recibió una llamada telefónica y puso mala cara. Luego, al salir, nos enteramos que, en una calle de Madrid, un comando de ETA había asesinado a un teniente general y su escolta. Tal era el ambiente en aquellos tiempos.
A mi no me llegaba la camisa al cuerpo, pues sin respaldo alguno, ni presupuestos aprobados, ni concesiones administrativas, ni nada de nada, comprometí por mi cara bonita a un par de empresas perforadoras para ejecutar pozos, conducciones y otras actuaciones; además con actuaciones para el día siguiente, sin tener la certeza de que esas actuaciones resultasen positivas. Además ningún organismo se precipitó en respaldarnos; todos miraban para otro lado. Pero Dios protege a los inocentes: ¡habría que imaginar estas cosas ahora! Afortunadamente la cosa fue bien y, con los caudales aportados por los 5 nuevos pozos pudimos regularizar el abastecimiento, aunque en precario y con aguas de no muy buena calidad.
Luego, después de las elecciones y constituidos los primeros ayuntamientos democráticos, fuimos a dar cuenta de los gastos en que habíamos incurrido por cuenta del Ayuntamiento. El nuevo consistorio estaba formado muy mayoritariamente por socialistas y comunistas, jóvenes recién llegados a la política (hay que situarse en 1979 para valorar estas situaciones). Iba yo acompañado por mi directo colaborador de tantas aventuras del agua, Emilio Cabrera, ingeniero de Obras Públicas, inmejorable en actuaciones prácticas relacionadas con las aguas subterráneas, poseedor de fincas en La Mancha y, por consiguiente, de ideología conservadora. Nos hicieron pasar al Pleno y tomar asiento entre los concejales. Cuando Emilio supo que tenía sentado a su lado un concejal comunista, se le mudó la color e inició la maniobra de levantarse; le tuve que sujetar fuertemente el brazo; este era entonces el temor que existía en nuestra sociedad en sus primeros pasos democráticos. Pero los nuevos ediles, con cargo recién estrenado, fueron muy razonables, nos trataron correctamente, se hicieron cargo de los gastos, y no recuerdo si nos dieron las gracias, aunque expresaron que tenían que forzar las cosas para que las conducciones del Canal llegaran rápidamente a la población.
Como anécdota curiosa, puedo relatar lo que me sucedió personalmente con el Gobernador. Íbamos a celebrar una de las reuniones habituales en la Sala de Juntas del Gobierno Civil. Al pasar a la misma y mientras esperábamos la presencia del Gobernador, se me ocurrió dejar la cartera de campo que solíamos portar los del Servicio Geológico (unas carteras grandes de cuero, abultada por los informes y mapas que llevaba dentro) junto a una pared, próxima al lugar de la presidencia. Entró Rosón y lo primero que hizo, incluso antes de saludar a los asistentes, fue dirigir sus ojos hacia la cartera, y con voz ronca e imperativa preguntó: «de quién de ustedes es esa cartera». Me precipité a recogerla reclamando su propiedad y disculpándome; con una mirada me recriminó el descuido y la cosa no fue a más. Luego me acordé del atentado de Hitler de 1944 y pensé la enorme inquietud que entonces vivían los políticos por temor a los atentados de ETA y del GRAPO.
La cosa termina con una última reunión en el Gobierno Civil a la que asistieron Urbistondo (gerente del Canal), Luis Morris (director del Banco de Crédito Local, creo recordar) junto con Rosón. Allí se puso en marcha un crédito de unos 300 millones de pesetas para llevar el agua del Canal a Móstoles, Fuenlabrada y Parla. Por lo que a mi me tocaba, pregunté por el tiempo que tardarían en llegar las conducciones, para ver cuanto teníamos que aguantar con los pozos. Me dijeron que muy pocos meses; como siempre, el optimismo es una característica hispana. Llegaron en la primavera de 1982, tres años después. Desde entonces se celebra en Parla la Fiesta del Agua, pero ya nadie se acuerda del porqué. Cuando terminó la operación, comentamos entre los que habíamos participado en la misma que lo mejor que nos había sucedido es haber salido vivos profesionalmente hablando y sin menoscabo de nuestra honra; al contrario de los que en este mundo se dedican a practicar las obras de caridad, que suelen salir del mismo sucios y rotos. No fue la última actuación en esta línea que nos tocó lidiar. Pero estas son otras historietas.