Las campañas de ahorro de agua en las ciudades, ¿realidad o posverdad?

Cuando hace su aparición una sequía por el horizonte carpeto─vetónico─nacional, enseguida proliferan por nuestros medios de comunicación agoreros bienintencionados que se dirigen «al sufrido contribuyente» casi acusándole de ser un manirroto con el agua. En consecuencia, es el causante de lo mal que lo está pasando el PIB, la sociedad y el medio ambiente.

Y le sueltan una retahíla de consejos caseros del tipo: ¡no se le ocurra tener el grifo abierto mientras se lava los dientes, derrochador! ¡Utilice la lavadora a carga completa y cámbiese menos de ropa, caramba! ¡No se bañe, que gasta mucha agua; si le huele el alerón, dúchese pero poco! ¡Junte varias deposiciones en el inodoro antes de hacer correr el agua! ¡No se le ocurra regar su jardín con agua de la red: vade retro! ¡Díganos cuánta agua ha ahorrado este mes, pues de eso depende la salvación del mundo!

Y el probo ciudadano, que bastante tiene de ocuparse de lo suyo, y solo piensa en llegar a casa para darse una ducha calentita antes de dormir, se siente abrumado con tanto mensaje acusatorio. Y piensa: pero, en esto del agua, ¿no se podían ocupar los políticos de turno y las empresas de abastecimiento, que es lo suyo, y dejarnos en paz a los fatigados ciudadanos?

Porque el ciudadano comienza a percibir que estas «campañas de concienciación ciudadana» son parte del juego político; mejor dicho, del juego de los votos. El partido en el gobierno (municipal, autonómico o nacional) tiene que llevar a cabo estas campañas para dar buena imagen ante la opinión pública y, sobre todo, para que no le «saquen los colores» los políticos de la oposición. A su vez, los de la oposición harán campaña para llevar a la opinión pública la conciencia de que los que están en el poder «no hacen nada» por proteger los recursos y preservar el medio ambiente. Luego, si corre el turno y se intercambian los partidos en el poder y en la oposición, el juego sigue con los papeles cambiados. Pitos tocados.

Pero, ¿de verdad se consigue algo con estas campañas? ─¡Claro que sí!─, oigo que me contestan los «creyentes» ─siempre es bueno el ahorro de agua─. Incontestable, pero…

Vayamos a las cifras con un ejemplo. Utilizaremos «cifras gruesas» para no perdernos en minucias. Decía Clemente Sáenz Ridruejo, catedrático de la Escuela de Ingenieros de Caminos, que un ingeniero es «la persona que maneja con soltura el orden de magnitud«. A ello nos atenemos.

Hace años, Zaragoza, ciudad de unos 700 000 habitantes, promovió una «intensa» campaña para el ahorro de agua. El lema de la campaña era un paraguas al revés. Se bombardeó a la ciudadanía con propaganda; raro era el local en el que no hubiese pegatinas recordatorias; se llenaron los periódicos de anuncios animando al ahorro; los comercios de sanitarios y las ferreterías ofrecían dispositivos para el ahorro de agua; se daban ayudas a quien cambiase en el cuarto de baño los aparatos antiguos por otros más eficientes en el uso del agua; se montó una campaña de propaganda monumental entre 1997 y 2007. Después la ola ha amainado.

¿Cuáles fueron los resultados de tantas campañas de ahorro? Según la Fundación Ecología y Desarrollo en 10 años ahorraron un 12%. En principio la cifra está muy bien, dirían los ahorradores. Aunque sería bueno analizar en qué proporción estos ahorros de han debido a la disminución del consumo en el ámbito doméstico o a otras acciones: disminución de fugas y de agua no contabilizada; aumento de contadores; disminución del riego de parques y jardines a «chorro libre»; etc. Hay que tener en cuenta que los ahorros que se produjeron en la Comunidad de Madrid en las últimas sequías se debieron en su mayor parte a la mayor eficacia en el riego de los parques y jardines por parte del Ayuntamiento de la capital. Sin embargo, las campañas de prensa hicieron un canto a la colaboración ciudadana. Pura política.

Pero resulta que Zaragoza es la ciudad más poblada de la cuenca del Ebro; cuenca hidrográfica en la que según su Plan hidrológico existen unas 965 000 hectáreas «regables». Supongamos ─para quedarnos del lado de la seguridad en nuestro razonamiento─ que se riegan de manera efectiva unas 700 000. Según el citado Plan de la cuenca el volumen utilizado en el regadío venía a ser ─en números redondos─ unos 7000 hm³/año.

Y aquí viene la cosa curiosa. Resulta que en 10 años de fatigosas campañas de ahorro en Zaragoza se han venido a ahorrar unos 14 hm³/año. Si de forma hipotética en las 700 000 hectáreas de la cuenca del Ebro se hubiesen ahorrado 20 m³ por hectárea (cantidad ridícula y no medible, pues ¿cómo se podría medir la diferencia entre 10 000 m³ y 9 980 m³ aplicados a cada hectárea?), se hubiese obtenido el mismo resultado. O visto de otra forma, se hubiese obtenido lo mismo dejando de regar el 2 por mil de la superficie regada en la cuenca. Cuenca, por otra parte, sobre la que se debate si posee o no excedentes trasvasables, aunque esto «ahora no toca».

La disparidad de las cifras y el desenfoque que se aplica a los posibles ahorros entre los abastecimientos urbanos y los regadíos, nos llevan a la conclusión de que las campañas de ahorro en las ciudades poseen una componente política principal en busca de votos. ¿No resultaría más acertado dejar en paz a los ciudadanos ─como mucho insistir en un buen uso del agua como necesidad, salud, higiene, confort y precio accesible─, en lugar de fatigarle con preocupaciones que corresponden a las administraciones públicas?

Autor:

Bernardo López-Camacho y Camacho

Dr. Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos
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