La Tertulia del Agua

Prólogo justificativo

Durante la Semana Santa de 1996 escribí un largo relato que titulé La Tertulia del agua (cuento). Pretendía retratar la reunión habitual de cuatro contertulios que charlaban sobre temas de política del agua. Como suele suceder en cualquier tertulia que se precie, los participantes divagan, se interrumpen y se recriminan. El encuentro se situaba en un antiguo Círculo al que no se le da nombre, pero que bien podría ser el madrileño Círculo de Bellas Artes de aquellos años.

Como entonces la informática no tenía el desarrollo actual, el texto se mecanografió, se repartieron copias a los amigos y perdí el original. Hacia noviembre de 2015 encontré el recorte de un periódico de Cieza (Murcia) de años atrás (sin poder precisar la fecha), que reproducía fragmentos del cuento, pero de forma incompleta y firmado con seudónimo. Como resulta natural en las áreas «abducidas» por el Trasvase, del cuento se eliminó (sin pedir autorización) todo lo que no comulgaba con los intereses trasvasistas. Ahora, enero de 2020, revisando viejos papeles, he encontrado una copia en papel del texto original completo, que es el que se acompaña a continuación.

Como quiera que el cuento fue escrito hace un cuarto de siglo, el avisado lector podrá apreciar lo mucho (o más bien, lo poco) que hemos avanzado en estos temas de política del agua desde aquellas fechas.

Dramatis personae

  •  Moisés Aguado, ingeniero del Ministerio de Obras Públicas. Hace de clown mayestático, como corresponde.
  • Francisco de Asís López, editor de revistas de pensamiento y ecólogo de convicción. En algunos momentos nos podría recordar a Santiago Hernández, que fue presidente del Parque Nacional de Monfragüe.
  • José Díaz de los Pozuelos, contratista manchego semirretirado. Es la voz de la calle.
  •  BenitoPérez (casi Galdós) Sanz. Escritor canario, es el «listo» del grupo y el que lleva la voz cantante. Nos puede recordar a Alberto Vázquez Figueroa, que acababa de publicar su novela El agua prometida (1995) y que había patentado un procedimiento de desalinizar agua de mar «por presión natural». La novela tendría varias ediciones y solo en los primeros meses vendió 60 000 ejemplares. Aparecemos en su novela los que tuvimos contactos con él, con nuestros nombres y apellidos, sin que el autor se hubiera molestado en pedirnos permiso. Le envié el cuento diciéndole: «Ya que los escritores se meten a ingenieros del agua, los ingenieros nos ponemos a escribir». Solo me dijo que bien, sin más comentarios. Mejor fortuna tuvo Carlos Soler Liceras, a quien Alberto le animó para que escribiera la curiosa historia de la Fuente Santa, en el término de Fuencaliente (isla de La Palma). Se recomienda vivamente el libro, interesantísimo y divertido, que se puede encontrar en el Colegio de Ingenieros de Caminos. Decía Carlos que Alberto, para escribir el libro, le dio el siguiente consejo: «Muchos diálogos y de vez en cuando una escena fuerte de sexo».

La tertulia del agua (cuento)

Don Moisés Aguado, aragonés, frisando los sesenta, ingeniero del Ministerio de Obras Públicas ─especialidad hidráulicas, solía él decir soslayando el sustantivo─ llegaba apresurado (aunque no demasiado) a su tertulia madrileña de los jueves.

Saludando al recién llegado con un breve inciso en su disertación, don Francisco de Asís López, economista, editor de revistas de pensamiento y ecólogo de convicción ─no ecologista de coyuntura, afirmaba asiduamente, subrayando pomposamente las palabras─ continuó desarrollando con fervor iluminado sus últimos y revolucionarios descubrimientos, fruto de la lectura de la prensa del día.

─ Ahora los portugueses tercian en los problemas del agua de la península asustados por el plan hidrológico español, que dicen que los va a dejar sin más agua que las pardas de las alcantarillas de Madrid, Valladolid y Badajoz. Dicen que además les vamos a dejar a oscuras, porque no van a poder producir electricidad en las presas que tienen en la frontera del Duero si trasvasamos el agua hacia Almería. Pero, al mismo tiempo, andan moviéndose para sacarles un dineral a Bruselas, con el que piensan construir el pantano de Alqueva, un enorme lago artificial que será el mayor de la península y, si nos descuidamos, “el mayor do mundo” ─enfatizaba en un portugués macarrónico a la vez que hacía describir un circulo a su mano derecha en el que pretendía encerrar un imaginario globo terráqueo.

Don José Díaz de los Pozuelos, mientras hacía un hueco para que don Moisés acercase su sillón de orejas, se disponía a intervenir. Natural de Pozuelo de Calatrava (todo lo suyo era redundante), allá por Ciudad Real, constructor semirretirado, había hecho un capitalito en la construcción ─de contratista, decía con un deje amargo hacia el reconocimiento social de su profesión, que consideraba menor que la que “naturalmente le correspondía”.

─ Mire, no hay que ponerse así ─replicó don Moisés─. No se pueden cerrar los ojos al progreso. Tengo entendido que el sur de Portugal está muy atrasado, y con ese pantano se desarrollará la región, convirtiendo más de cien mil hectáreas de tierra seca en feraces regadíos…

─ ¡Eso no es así en absoluto! ─replicó acaloradamente don Francisco de Asís, casi sin dejarle tiempo a terminar ─. En primer lugar, el pantano lo van a tener que llenar a cubos, y además no sé qué van a regar. ¿Ustedes saben que tendrían que elevar el agua a cien o doscientos metros para producir cultivos excedentarios que nadie quiere? ¡Eso es apuntarse al desarrollo insostenible!

─ ¡Vaya! ¡Ya salió el dichoso término! ─apuntó don Moisés─ supongo que como en las cerezas vendrá enseguida lo del “uso racional”, “gestión de la demanda”, “utilización conjunta” y otras zarandajas por el estilo. ¿Usted sabe el trabajo y los jornales que dará durante muchos años la construcción de la presa?; ¿y el movimiento de dinero que habrá en la región? Además, con esa presa se incrementa la regulación de los caudales del Guadiana.

El cuarto contertulio, don Benito Pérez Sanz, escritor canario del Puerto de la Cruz, asistía entre meditabundo y divertido a la refriega, mirando de vez en cuando a la lejanía a través de los amplios ventanales del salón del antiguo y anacrónico Círculo. Los cuatro formaban “la peña de los jóvenes”, aunque habían sobrepasado ampliamente el medio siglo. El resto del salón permanecía en semipenumbra, sólo alterado por algún socio superviviente que atravesaba el salón arrastrando los pies para mirar por la ventana con las manos a la espalda; al cabo de un rato desandaba el camino y entablaba una decaída charla con el conserje del hall de la entrada.

─ ¡Pues por eso mismo le digo que es insostenible! ─ volvía a replicar el editor de revistas de pensamiento y ecología, cuya excitación crecía por momentos. Se trata de la clásica política keynesiana de abrir y tapar zanjas o, mejor dicho, de hacer embalses para almacenar aire. Pero, dígame, ¿qué es eso de la regulación que a los ingenieros no se les cae de la boca? Regular, ¿para qué? No se crea riqueza verdadera. Se produce una euforia económica durante unos años, como la fiebre del oro de California, y luego ¿de qué se vive?

Don Moisés, con media sonrisa y voz juguetona, decía por lo bajo, pausadamente:

─ ¡Hombre! No exagere. Los embalses siempre almacenan agua, aire y…subvenciones. Depende de las proporciones. Y, por otra parte, dígame, ¿dónde estaríamos si no fuse por los embalses? El país se habría despoblado en la última sequía, como sucedió en Andalucía en tiempos de Alfonso X el Sabio.

Don Benito, viendo que la conversación desmayaba, se dispuso a intervenir por primera vez aquella tarde.

─ Me parece que se están ustedes yendo del tema. Lo que creo que debe preocuparnos es todo eso del cambio climático y la desertización. ¿Ustedes creen que habrá alguna solución al problema del agua que nos evite las batallas que se nos vienen encima? Porque, puestos a enumerar, podemos tener redivivas Aljubarrota, la batalla del Ebro y la del Duero, la batalla con los ecologistas y con las hidroeléctricas, con las autonomías y hasta, si me apuran, con el Ministerio de don Moisés.

─ ¡Alto ahí! ─saltó el ingeniero─ que el Ministerio no es mío y además no entiendo esa última batalla. ¿No irá usted a decir que estamos en contra de solucionar el problema del agua de este país? Ahí tiene usted el Plan Hidrológico Nacional, con sus magníficas propuestas de embalses y trasvases con los que se solucionarán definitivamente los déficit ─remarcó la “t” final─ de agua de nuestro país, que dejará de ser ese “sucio y sediento poblachón manchego” que decía su tocayo, el otro don Benito Pérez.

─ ¡No le toque usted los ancestros al canario y déjenos tranquilos a los manchegos, que bastante tenemos ya con don Quijote, las famosas Tablas de Daimiel y el no menos famoso acuífero veintitrés! ─replicó con fingida indignación don José─. Pero a ver si dejan ustedes, los del Ministerio, de esconderse tras “la voluntad política” e inventan algo para resolver el problema del agua, que últimamente con su famoso plan hidrológico lo único que producen son crispaciones y guerras navales.

─ Querrá decir guerras del agua en lugar de guerras navales, ¿verdad? ─ corrigió don Francisco de Asís, siempre puntilloso.

─ He dicho guerras nabales, pero con be, porque además de guerras por el agua han sido guerras por atributos ─contraatacó el manchego.

El editor encontró entonces el momento de reiterar sus conocidas tesis de color verde.

─ ¡Desengáñense! No hay otro camino que ahorrar y ahorrar. Hay que ser solidarios en primer lugar con la naturaleza, con nuestro propio territorio. El agua está bien donde está y no está ahí por casualidad y no se puede pensar que no tengan nada que ver el agua y el territorio. Pero, ¿qué es eso de que se tira el agua de los ríos al mar? Pues, ¿dónde si no? Tenemos que ser menos oretanos. Nos hemos creído demasiado la dichosa frasecita de Álvarez Mendizábal, un político del siglo pasado, cuando exclamaba que España no sería grande mientras sus ríos desemboquen en el mar. Esto, dicho en el siglo décimonono, tenía un pase Pero dicho ahora resulta de cavernícola siluriano. En el Ministerio con tanto preocuparse de los pantanos se han olvidado de los ríos. Y hay pobres ríos que parecen venas llenas de aneurismas de tanto embalse como aguantan. Y los trasvases me recuerdan los transportes de campanas de Santiago a Córdoba y vuelta, en hombros de cristianos o de moros, en los tiempos de Almanzor. Imagínense ustedes gigantescos canales o tuberías o lo que sean, cordillera arriba y cordillera abajo, mapa arriba y mapa abajo, con monstruosas centrales de elevación, con grandes embalses intercalados a modo de los descansaderos de las veredas de la Mesta, procedentes de la frontera portuguesa, del Ebro, del Ródano, del Rin, de la Mosa o del Danubio, que llegan a Alicante, Murcia, Almería o a Málaga. Esto sí que sería un gran trajín nacional y no lo del extinto movimiento.

─ Pero qué exagerado y negativo me está usted resultando a pesar de su nombre, don Francisco de Asís ─replicó benévolamente don Moisés─. Hoy día la técnica tiene perfectamente resueltos todos esos problemas. Tenemos capacidad tecnológica y financiera más que suficiente para abordar esa gran tarea de vertebración territorial y cohesión social, de manera que el agua no sea un freno al desarrollo de la fachada mediterránea y del sureste, que es donde se produce el mayor desarrollo de la agricultura de alto valor y recibimos el grueso del turismo, que sigue siendo una buena fuente de ingresos. Además, me parece que está usted en contra del progreso. Hoy lo que priva son los trenes de alta velocidad, los aves, las grandes autopistas europeas, por no hablarle de las autopistas de la información. Por lo mismo, lo que tenemos que hacer son las autopistas del agua y terminar de una vez con el problema endémico y vergonzante de la sequías y las restricciones.

─ ¡Alto ahí! ─Intervino decidido el escritor canario─. ¡Ahí quería yo hacerle llegar! Usted dice que lo que priva es la velocidad, ¿no es así? Con las autopistas se trata de llegar a Bruselas en dos credos y a la costa en un santiamén. Ya no aceptamos trenes botijeros. Lo bueno es ir una tarde a Sevilla a ver los toros y volver a casa a cenar, mientras la señora cree que estamos en una reunión de trabajo. Y qué me dice usted del dichoso invento del Internet, con el que se puede tener en un suspiro lo último que se le haya ocurrido escribir a un yanqui. ¿Y usted cree que lo moderno es hacer autopistas del agua por las que el líquido viaje a cuatro o cinco kilómetros por hora, subiendo y bajando cordilleras, dejando secos los ríos por los que debería discurrir, enfollonando la parroquia, para llegar a la costa a saludar al mar?

─ ¡Ya salió el canario con sus desaladoras! ─terció don José que seguía divertido el giro que tomaba la conversación y creía demostrar su talento adelantándose a los acontecimientos.

─ Pero usted sabe perfectamente que para desalar agua de mar se necesita muchísima energía, que es más cara que el agua ─apuntó el editor.

─ De eso precisamente se trata ─siguió el canario, que a estas alturas de la conversación hablaba como preso de una febril actividad─.Déjenme que ya que a los ingenieros les da por hacer pinitos literarios, yo que soy escritor me meta en el reservado y celoso mundo de la ingeniería y les exponga mis ideas. Total, les van a resultar gratis.

─ ¡Ah!, en ese caso, me pido otra copita ─se aprovechó don José, ante la mirada condenatoria de la concurrencia por su escaso ingenio.

─ ¡Al grano! ─continuó impertérrito el canario─. Viajando el otro día por la meseta caí en la cuenta del entramado de líneas eléctrica que atraviesa el país, que por medio de unos simples hilos suspendidos de las torres metálicas transportan energía suficiente para mover una ciudad mediana o grande.

─ ¡Ahora de desayuna! ─replicó don Moisés, que estaba alerta y en actitud defensiva frente a los inventos del escritor, siguiendo su exposición─. Conoce usted, por casualidad, los excesos de capacidad de producción de nuestro parque generador, de la cogeneración, de las curvas de carga con sus valles y puntas, las variaciones estacionales, los beneficios de acogerse a la interrumpibilidad y todas esas cosas ─ argumentó irónicamente orgulloso de la superioridad de sus conocimientos técnicos frente al escritor.

─ Muy poco ─reconoció este─solo lo suficiente para lo que les voy a exponer ─añadió con cierta picardía.

Don José no pudo reprimirse:

─ Ya sabemos que cuando un escritor hace una novela autobiográfica su propio personaje es muy superior intelectualmente a los demás ─dejó caer con cierta zumba.

─ Pues escriba usted su propia novela mi querido amigo y no me entretenga ─añadió displicentemente el canario al que empezaban a incomodar las frecuentes interrupciones─. Me hacen ustedes perder el hilo y ya no sé por donde me ando…

─ Lo que más me molesta es que usted siga hablando cunado yo le interrumpo ─ remachó el manchego, dispuesto a que el desorden no decayese.

─ Mire, esto está ya muy oído y tiene escasa gracia. Déjenme seguir ─se molestó el canario─. Les decía que se trata de estudiar soluciones imaginativas que arreglen el problema del agua a la vez que se optimice en cierto grado la producción de energía, consiguiendo beneficios “compartidos” (como se dice ahora) por ambos sistemas.

─ No suena mal como principio…─aventuró don Francisco de Asís, cuyo interés iba creciendo por momentos al tratarse de una cuestión eminentemente teórica. El canario le dirigió una mirada inamistosa ante la nueva dilación y prosiguió.

─ Si hacemos que el agua produzca energía “in situ”, sin sacarla de su lecho o sacándola sólo un poquito, transportamos la energía hasta la costa y allá, con esa energía, producimos agua desalada, tendremos el problema resuelto y habremos contentado a todas las partes, bueno…a casi todas.

─ ¡Pues sí que lo ve usted fácil! ─replicó escéptico don Moisés─. Se me ocurren, de entrada, un montón de pegas. ¿No será usted acaso uno de los arbitristas de la época de Felipe IV?

─ No le contesto. Déjenme seguir desarrollando algo más la idea ─continuó el canario─. En primer lugar, cambiamos las autopistas del agua por las autopistas de la energía, con lo cual en lugar de transportar millones de toneladas a través de faraónicos canales y túneles, sólo transportamos una cualidad del agua, la energía, sin tener que afectar, o afectando muy poco, a los dantes (o cedentes) y a lo que se viene en llamar el medio ambiente hídrico. A los tomantes le va a dar igual, aunque seguramente ahorrarán plata. En segundo lugar, nos ponemos en línea con la velocidad de los tiempos. En tercer lugar…

─ ¡Pare, pare, por Dios! ¡No se embale! ─interrumpió don José, cuya sosegada mente manchega digería con dificultad la aceleración del pensamiento del canario─. ¿Usted quiere decir que con esa idea eliminamos de golpe los problemas ambientales al no tener que construir embalses de regulación ni grandes canales y elevaciones, hacemos las paces hidráulicas con Portugal, ponemos orden y concierto en las autonomías, hacemos felices a los hidroeléctricos, mantenemos sosegados a los ecologistas y dejamos las aguas del interior para el interior?

─ Es sólo la primera de las ventajas de mi idea ─replicó el canario con aplomo.

─ ¡Pero usted terminará de arruinarme como constructor! Prometo denunciarlo a la patronal de la construcción por subversivo ─bromeó el contratista.

─ No lo creo don José ─le atajó el canario─ en lugar de unas infraestructuras habría que hacer otras; eso sí, mucho menos conflictivas; aunque es verdad que no se puede hacer una tortilla sin cascar los huevos.

─ ¡Eso dependerá de quién sean los huevos! ─bromeó don Moisés─. Pero, …sigue sin convencerme. Me parece que nos intenta vender pesetas a duro. ¿Qué hace con la energía para producir agua barata?

─ Varias cosas, ni conspicuo ingeniero, que naturalmente tendrán que estudiar en detalle los ingenieros, que para eso están; sobre todo teniendo en cuenta la cantidad de estudios de escaso valor añadido que llevan a cabo.

Don Francisco de Asís se vio en la necesidad de echar un capote.

─No sea usted grosero que no hace falta. Los estudios no matan a nadie ni destrozan el medio ambiente. Y constituyen una excelente alternativa para mantener alejados de la política y entretenidos a los profesores de universidad.

─ No sea usted cínico y volvamos al asunto ─siguió el canario─. Habría que echarle imaginación a las “plantas generadoras de agua” próximas a la costa, que es el lugar donde se producen las mayores necesidades. Con un par de pinceladas podrían entender lo que quiero decirles. Se trataría de disponer de unas factorías productoras de agua que permitan absorber la “energía sobrante” de las curvas de carga del sistema eléctrico. Absorberían las diferencia entre una línea recta de producción y las jorobas de la curva de demanda, haciendo inútil la distinción entre valles y puntas, la cogeneración, la interrumpibilidad y todo eso, y, a la vez, permitirían que el sistema eléctrico tuviese capacidad para dar de inmediato las puntas que le piden, con lo que podrían ahorrarse las centrales reversibles que se piensan construir para ese fin. Es decir ─resumió─ el sistema eléctrico podría funcionar a piñón fijo, siendo las plantas generadoras de agua el elemento regulador del sistema.

─ ¿Y cómo sucederá todo eso? ─arguyó don Moisés con alguna sorna, recordando el cristal y el rayo de sol del catecismo de su infancia.

─ ¡Con imaginación y trabajo, mi querido amigo! ─exclamó el canario─. Las plantas o factorías deberían disponer de un sistema de regulación diario por medio de depósitos de agua de mar y de agua desalada (o agua producto, como dicen los técnicos) que permitiese independizar el régimen de funcionamiento continuo de las plantas por una parte, del suministro variable de energía, por otra; también se incluirían reguladores de velocidad de las bombas. De esta forma se beneficiaría el sistema eléctrico, ya que la curva de producción podría ser prácticamente una recta ─y dibujaba con la mano una línea imaginaria en el aire. 

Don Francisco de Asís no pudo reprimirse.

─ También se podrían construir molinos de viento y otros dispositivos de energías renovables que ayudasen a su funcionamiento, ¿no?

─ Correcto, don Francisco, veo que está usted cogiendo la idea de la flexibilidad y la complementariedad del conjunto agua y energía. Las plantas serían el sumidero de la energía sobrante y el volante regulador cuasi instantáneo del sistema, a modo de los embalses reversibles. Podrían utilizar cualquier tipo de energía. Pero podemos dar un paso más. Al igual que se puede arreglar la curva de carga diaria, se podría regularizar (disculpen la expresión) las variaciones estacionales o de unos años para otros. O mejor aun: si se dispusiera de mayor capacidad de producción de energía eléctrica en los ríos «que van a dar a la mar», y también mayor capacidad en las plantas generadoras de agua, el asunto volvería a ser fácil: se turbina toda el agua que se pueda durante las avenidas, se transporta en un pispás a las plantas de generación de la costa a través de las autopistas de la energía, se produce agua desalada y se almacena en algún embalse cercano a la costa, como reserva para las épocas de escasez. Así pasamos del agua de las avenidas que se pierde por un lado de la geografía, a agua desalada almacenada en embalses que se gana en las zonas sedientas.

Don Moisés quería poner pegas a cualquier precio.

─ ¿No me diga que esto se le ha ocurrido a usted solito?

─ Mire, ¡pues no!─contestó el canario─. Gran parte de las ideas se las debo a mi amigo José María Pérez, un chico murciano listísimo, que es profesor de electricidad. Me las contó durante una comida que tuvimos hace poco en Zaragoza, en un restaurante llamado La Marea, fíjese que nombre tan apropiado.

Don José Díaz de los Pozuelos no pudo menos que aportar lo que en su fuero interno consideraba su granito de arena.

─ Puede que esté en lo cierto nuestro amigo el escritor, cuya idea veo bien en líneas generales, aunque no hace falta que la patente, ¡eh!

─ No me resultará usted ahora, a su edad, un ingenuo o un quijote. ¿Qué cree usted que se pretende con las nuevas ideas? ─se picó el canario.

─ ¡Mire! Yo a mi edad paso de patentes, royalties, warrants y todo eso. No queremos entrar en el juego del sistema; de lo que se trata es de enredar y alborotar el cotarro ─apostilló el manchego─. Pero déjeme seguir con su idea, que no me parece mal. En realidad hay que ver lo trabajoso que resulta transportar el agua: llevar millones de toneladas de un lado a otro del país para producir lechugas no parece verdaderamente una idea de nuestro tiempo. En cambio, transportar kilovatios parece mucho menos fatigoso. Por cierto ─dijo como si saliese de una profunda reflexión─ ¿alguno de ustedes sabe cuanto pesa un kilovatio?

─ Sí, hombre ─se apresuró el ingeniero aragonés que dedicaba parte se sus abundantes ratos libres ministeriales a leer minuciosamente revistas de divulgación científica. Para generar un kilovatio-hora se necesita un peso en electrones de unos cinco y pico por diez elevado a menos ocho gramos.

─ ¡Pues que bien! ─dijo fastidiado el manchego, poco amigo de sutilezas científicas─. En cualquier caso menos que un papel de fumar. Sí, verdaderamente ─continuó como en un monólogo consigo mismo─ fatigar el agua llevándola de un lado a otro de la península, teniéndola allí, al lado…Desde luego si se tuviese que llevar en cisternas o en barco, sería una ruina.

─ Ruinoso es en cualquier caso a poco que se hagan las cuentas ─replicó el editor─. Si calculamos el coste de lo que hay que pagar por dejar de producir electricidad, más el coste de subir el agua varias veces para trasponer las cordilleras, más las obras necesarias, ¿a cuánto saldría el metros cúbico dejando aparte subvenciones, don Moisés?

Era evidente que a don Moisés no le gustaba la pregunta.

─ ¡Pero hombre! Lo mismo que se gasta energía subiendo el agua, luego se puede recuperar cuando baja. Basta poner una turbina. Ahí tiene usted la elevación reversible de Bolarque, en el trasvase Tajo-Segura..

─ Bueno, pues suponiendo que eso sea como dice, me gustaría saber las cuentas reales de este tipo de explotaciones y no las que se hacen a priori en los papeles. Eso suponiendo que los gastos de energía se hayan pagado religiosamente ─le replicó el editor─. Pero no se me vaya por las ramas y conteste a mi pregunta anterior: ¿a cuánto saldría el metro cúbico?

─ Mire, depende de muchas cosas y un asunto es el coste y otro el precio. Habría que tener en cuenta el dinero que vendría de Bruselas y lo que pusiese el Estado al tratarse de una obra de interés general.

─ Tenga usted en cuenta que los fondos europeos igual podrían aplicarse al sistema que propongo ─afirmó el escritor que no quería que le socavasen el terreno─ Y tan de interés general son unas obras como otras. Además, ¿de interés general de quien?

─ Mire, no le contesto. ¿No querrá usted que me pille el toro? ─Adujo el aragonés.

─ No se me sulfure que no van por ahí los tiros ─replicó en canario. ¿Qué le parece si decimos cien o ciento cincuenta pesetas por metro cúbico de agua trasvasada?─. Después de una breve pausa para ver el efecto de su proposición, continuó─. Veo que no hace demasiados aspavientos. ¿Y si le digo que el agua desalada podría salir a menos de la mitad?

─ No lo sé ─dijo don Moisés─, a usted le corresponde demostrarlo.

─ ¡De ninguna manera, amigo mío! ─remachó el canario─. Esto es asunto suyo, que es ingeniero. Pero, mire, creo que de lo que se trata es de presionar para mejorar la tecnologías de las desaladoras. Lo que ahora se llama imasdé. Tendría que estudiarse mejor el rendimiento de las membranas de ósmosis inversa para producir la calidad del agua que se necesite según los usos a que se destine y no calidades para embotellar. Podría verse la forma de eliminar elementos móviles de bombas y turbinas en contacto con agua del mar o salmueras, haciendo que trabaje la gravedad, como en los depósitos o chimeneas de equilibrio de los abastecimientos. Introducir equipos de bombeo de rotación variable para adaptarse a la energía que se suministre a la planta en cada momento. Y muchas más cosas. Se trata de desarrollar este tipo de tecnologías con arreglo al propósito que estamos trazando, ¿me comprenden?

Don Francisco de Asís se había sumado a la causa y se había puesto a pensar por su cuenta atropelladamente.

─ Posiblemente ─adujo─ la red eléctrica actual permitirá el transporte de la energía necesaria, al menos en una primera fase. Y siempre causaría menos daños ambientales una línea eléctrica nueva que un gran trasvase. Además, es más sencillo hablar de grandes redes europeas de transporte de energía, que ya están más o menos hechas, que de redes europeas del agua, como el trasvase Ródano-Tordera o parecido.

El canario no hizo caso de las reflexiones del editor de revistas de pensamiento y ecología y siguió su propio camino.

─ Miren, posiblemente no se necesitarán más de dos o tres kilovatios-hora para producir un metro cúbico de agua de la calidad que realmente se necesita. Pero es que a la disminución de los kilovatios se añadiría el beneficio (y el negocio) del sistema eléctrico, tanto en mejora de la estructura de su producción como en las inversiones y gastos evitables.

─ Ahí no le sigo─ dijo don José.

─ Me refiero ─continuó el canario─ a la posible suspensión por innecesarios de los conceptos de puntas, valles, cogeneración, interrumpibilidad, etcétera. Es decir, limpieza y vuelta a la sencillez.

─ Y también de la suspensión de los costes de los conflictos internacionales, políticos, sociales, nabales con bé, «etsetera» ─dijo el manchego, parodiando el suave acento del canario.

─ Eso sí que es hablar de lo desconocido ─apuntó el ingeniero, que se había quedado descolgado de los último recovecos de la conversación, absorto en su propia línea de reflexión─. ¿Cómo valoraría usted estos costes, además de «a ojo de buen cubero», mi dilecto contertulio?

Don José seguía rumiando sus propias dudas.

─ Bueno, pero en cualquier caso se necesitaría gastar mucha energía eléctrica de la que no estamos precisamente sobrados en España. Porque, eso que dice nuestro amigo, de utilizar la energía que se genera en los embalses por un lado, para producir agua desalada por otro, creo colegir que lo dice solo para que lo entendamos aquellos que nos considera bastante lerdos. En la realidad supongo que la electricidad que se necesita vendrá de donde venga y, le demos las vueltas que le demos, hay que consumir un montón de energía, ¿o no?

─ No tanta, no tanta ─replicó el canario─. Sepa usted que en España venimos a consumir tanto como ciento cincuenta mil millones de kilovatios-hora al año. Si queremos producir unos dos mil millones de metros cúbicos de agua desalada, aunque probablemente nos pudiéramos arreglar con bastante menos, y gastamos dos o tres kilovatios-hora por metro cúbico, haga usted mismo la cuenta: ¡menos del cinco por ciento del gasto anual de electricidad! O si lo quiere usted ver de otra manera: lo qu crece el consumo en dos o tres años que, por otra parte, se podría ahorrar fácilmente en los hogares o en las fábricas. Pero las ideas que tengo al respecto se las contaré otro día para no abrumarles.

Se podía ver claramente que al ingeniero le habían sorprendido las cifras; con una mano en la barbilla, movía la cabeza de un lado al otro balanceando las ideas. En un hilo de voz musitó:

─ …un cinco por ciento del consumo de electricidad…Bueno, aunque fuese algo más…Eso sería menos de lo que produce la dichosa cogeneración. ¿Con el cisco que han armado las hidroeléctricas por las perturbaciones que les produce el…negociete!

Como saliendo de su ensimismamiento. don Francisco de Asís volvió a la carga con denuedo.

─ ¡Oiga!, no caerá usted ─dijo dirigiéndose al canario─ en eso tan feo y pasado de moda del desarrollismo o productivismo. ¿Dónde deja la conservación del agua, la consideración de que es un bien económico, social y ambiental, y todo aquello que decía don Moisés del uso racional, ahorro, gestión de la demanda, uso conjunto de las aguas de arriba y de abajo, la conservación medioambiental, la participación de los usuarios y demás parafernalia?

─ No lo dejo don Francisco, no lo dejo. Todo ello se da por supuesto y no afecta para nada a la idea que les he expuesto. De lo que les estoy hablando es complementario a todo eso. Lo único que se evitarían son los trasvases a grandes distancias, dejando las aguas del interior para las necesidades de todo tipo del interior. Y además, creo que con ello se podría mejorar mucho y en serio el llamado «medio ambiente hídrico» de las zonas del interior, que buena falta hace, así como arreglar la sobreexplotación de los acuíferos interiores y costeros.

─ ¡Señores! ─reclamó enfáticamente la atención el manchego─ estaba pensando que si aceptamos, solo como hipótesis naturalmente, las luminosas ideas de nuestro amigo, quedarían sobrantes de agua en el interior para hacer, no digo ya trasvases, sino arreglos interiores, llevando un poco de agua de acá para allá, ya que no tenemos el mar cerca.

─ Usted siempre tira para La Mancha ─dijo el ingeniero aragonés─, adivino que está pensando que le dejen el trasvase Tajo-Segura enterito para arreglar Las Tablas de Daimiel y el acuífero veintitrés. ¡Oiga! ¡Es que ustedes los manchegos se han pasado haciendo pozos!

─ No me lo diga a mí, que me he quedado sin agua en el pozo con el que regaba un quiñón de viña que tengo cerca de Torralba. ¡Una pena!─, se le escapó al manchego─. Pero no, todo el trasvase no, que se enfadarán mucho los murcianos.

─ Deje usted el terruño a un lado y volvamos al asunto─ cortó don Moisés─. Estaba pensando que una de las ventaja de lo que estamos lucubrando es que se podrían atender las necesidades en su orden y por fases.

Don Francisco de Asís se lanzó resueltamente por la brecha abierta por el ingeniero.

─ ¡Naturalmente! Se podría adaptar la construcción de las plantas desaladoras a lo que se fuese necesitando en cada lugar y en cada momento, aprendiendo y mejorando de cada paso al siguiente. ¿Qué hace falta agua en esta ciudad o zona costera?, pues se hace una desaladora más o menos cerca. Si se piensa que las necesidades pueden crecer dentro de unos años, pues se deja ya el terreno y los medios que hagan falta pensando en la ampliación…¡y así! En cambio, con los trasvases, hasta que no se ponga la última dovela o el último tubo y se apriete el último tornillo de las elevadoras, no se puede dar un litro de agua. Tirando por lo bajo, diez o quince años.

─ Eso sin tener en cuenta que para esas fechas no hay cambiado las necesidades o se hayan hecho nuevos inventos ─ aportó don José─, bueno «innovaciones tecnológicas»─se corrigió a sí mismo en un intento de mayor precisión.

Don Francisco remachó los últimos argumentos.

─ Se trataría de hacer lo que sostiene el veterano e insigne ingeniero y profesor toledano señor Díaz Marta: comenzar por hacer lo más sencillo, y planear utilizando con soltura el lápiz y la goma de borrar. Que es tanto como decir el freno, la marcha atrás y tomar otro camino. Con la idea de nuestro amigo don Benito, se evitarían cuantiosas inversiones, cuya entrada en producción se retrasaría bastantes años. Se puede aplicar el sano método de prueba y error, dar las aguas desaladas de mejor calidad al turismo y a las ciudades que pueden pagar más y, una vez usadas, volverlas a reutilizar en los riegos, con lo cual se abaratarían los costes; se podría…

─ Pero hombre de Dios, ¿adónde va usted?─le interrumpió molesto el ingeniero─. veo que se está empezando a creerse el dichoso invento…

─ Déjeme añadir solamente una última ventaja que veo ─le suplicó don Francisco─. Miren, los gastos de explotación de las desaladoras actuales en su periodo de vida útil, unos quince años, montan seis o siete veces el valor de la inversión inicial. Quiero decir que si las cosas no marchasen según lo previsto o cambiasen las necesidades o las circunstancias, existe … digamos … una retirada digna, sin exorbitantes dispendios de fondos, como en el otro caso.

Después de un momento de silencio generalizado, durante el cual todas las miradas convergieron distraídamente en la polvorienta araña del techo, don Moisés recuperó la iniciativa.

─ Supongamos (por un momento tan solo) que esto que nos expone nuestro amigo canario nos parece bien. Bueno, pues creo que habríamos llegado tarde. Ahora, el último grito en eso que se viene en llamar política hidráulica es lo de los mercados del agua, que nos llega de California y otras partes extrañas. Se trata de que actúe la mano invisible del mercado para que nos arregle la situación.

─ No crea usted ─se precipitó el editor de revistas de pensamiento y ecología, que estaba al día de lecturas sobre el tema─. Eso valdría para California, donde se puede vender y comprar agua entre personas lejanas gracias a que tienen una red impresionante de trasvases que atraviesa todo el país, por la que se puede marear el agua llevándola de unos lados a otros. Pero eso es lo que falta aquí, por lo que el mercado tendría que funcionar de manera distinta. Por ejemplo, yo le vendo a usted el agua que me sobre en X, y don José me la vendería en Z. Yo, en vez de cobrarle a usted, le diría que le pagase a don José, y ya está.

─ ¡Pero bueno! ─interrumpió don José que había seguido con dificultad el trasiego de aguas y pagos─. Entonces han vuelto a inventar lo de la ingeniería financiera pero con el agua. Estamos a un paso de los bonos basura, de los futuros y demás chanchullos.

─ ¡No se me distraigan! ─reconvino el escritor volviendo a tomar la batuta─. Eso son pinceladas de detalle, pero ahora estamos en los grandes brochazos. ¿Ustedes creen que si en California no hubiesen hecho los trasvases hace veinte y más años, los harían ahora? ¿O harían algo más moderno? No hay que perder la ventaja de llegar tarde a los temas, porque se puede otear el panorama y tomar un atajo. Tenemos que ser más modernos, ¡Ah!, y si es posible, en lugar de utilizar la mano invisible del mercado, que anda ya la pobre con artrosis y a algunos les puede acabar arreando un bofetón, hay que utilizar la inteligencia invisible de la era de la comunicación.

Don Moisés dirigió una mirada de conmiseración hacia los restos de lo consumido durante la tarde: las tazas de café (con leche mayoritariamente), los ceniceros rebosantes de las colillas de los puros (habanos, por supuesto) y las pegajosas copitas vacías (divididas por igual en dos bandos: anís y pacharán).

─ ¡Señores! ─dijo con solemnidad─, estoy muy a gusto con ustedes oyendo cuentos de la lechera y despotricando, pero es la hora de retirarse.

─ Pero, ¿le ha gustado a usted lo de las autopistas de la energía o no, mi conspicuo ingeniero?

─ Muy ingenioso y muy propio de los inventos del tebeo, mi insigne escritor. Usted lo que pretende es, ni más ni menos, que atizar luchas ministeriales de competencias profesionales, de empresas constructoras, de compañías eléctricas, de autonomías, de ecologistas y no sé yo cuantas cosas más. Usted como subversivo y libertario no tiene precio. Pero, ¡hágame caso!, dejemos las cosas como están y las inversiones y planes en su sitio y en manos de los que saben, y aquí paz y después gloria.

─ No tengo inconveniente de que las cosas sigan donde están y allá usted con sus inversiones ─dijo el canario levantándose─. Ese es su oficio. Y el mío el de dar libros a la estampa. Y pienso escribir sobre esta amena y sugestiva charla que hemos tenido.

─ ¡Pues allá usted!─replicó don Moisés mientras el resto de lo contertulios se ponía en pie lentamente, sacudiendo las entumecidas piernas. Por sus libros espero que le den por…¡lo menos el Cervantes! Seriamos los primeros en celebrarlo.

─ Hasta el próximo jueves a la misma hora ─cerró don Francisco dirigiéndose a los demás mientras todavía no se habían apagado las risas─ Ustedes tengan un buen fin de semana, a ser posible sin demasiados nietos.

Se dirigieron sin prisas hacia la puerta giratoria que mostraba palpables signos de desvencijamiento, saludando al paso y sin excesiva efusión al viejo conserje.

Madrid, Semana Santa, 1996.

Autor:

Bernardo López-Camacho y Camacho

Dr. Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos
Ver todas las entradas de Bernardo López-Camacho y Camacho
Marcar como favorito enlace permanente.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

0 Comments
Antiguos
Recientes Mejor valorados
Inline Feedbacks
View all comments